CJ Cregg fue el personaje de ficción creado por el guionista Aaron Sorkin para la aclamada serie The West Wing (El Ala Oeste), una dramatización que retrataba los entresijos del poder en la Casa Blanca. Cregg, interpretada magistralmente por Allison Janney, era la Secretaria de Prensa del Presidente y personificaba con agudeza el equilibrio que requiere toda vocería gubernamental: firmeza, claridad y carisma. Cada encuentro con la prensa era, al mismo tiempo, un duelo retórico y una coreografía de poder, donde la palabra era la herramienta para controlar –o al menos encauzar– la narrativa pública.
La realidad, como suele suceder, no se queda atrás. Basta con acceder al canal de YouTube de la Casa Blanca para observar a Karoline Leavitt, vocera del expresidente Donald Trump, enfrentando a la prensa con una mezcla de habilidad estratégica y lealtad política. Su papel no solo consiste en reproducir los mensajes del líder político, sino en moldear la conversación pública, responder a crisis, minimizar daños y, sobre todo, traducir la complejidad gubernamental en narrativas digeribles y persuasivas. Es decir, hacer política desde el discurso.
Por eso, cuando se anunció en Ecuador la instauración de una vocería desde el Palacio de Carondelet, el gesto despertó expectativa. Una vocera en funciones de intermediación institucional, al estilo de las democracias más estructuradas, sugería la intención de profesionalizar la comunicación gubernamental. En teoría, este rol implica marcar la pauta, instalar temas, articular respuestas a la prensa y conectar con la ciudadanía a través de un relato coherente del gobierno.
Carolina Jaramillo asumió esa tarea. Su primera aparición, sin embargo, se quedó corta frente a las exigencias del rol. Sus cinco anuncios, más que ordenar el debate público, terminaron generando ruido. La vocería no logró direccionar la atención ni encuadrar la conversación hacia los temas prioritarios del Ejecutivo. ¿Es la minería la prioridad? ¿O lo son los subsidios? ¿O la eficiencia de las empresas públicas?
Mientras la vocera hablaba desde Carondelet, el Ministerio de Producción decidió –sin vocera, ni conferencia, ni aviso previo– anunciar mediante un simple post en X que las compras internacionales por courier tendrán una tarifa arancelaria de 20 dólares. No hubo “talking points”, ni construcción de relato, ni consenso con legisladores. Solo una firma y un tuit bastaron para instalar la agenda.
La vocería gubernamental en Ecuador todavía no logra cumplir con su razón de ser: ser el rostro creíble, estratégico y oportuno de un gobierno. Sin brújula temática, sin timing comunicacional y sin autoridad narrativa, una vocería no es más que ruido con micrófono. (O)