Debe ser producto de la impronta cristiana que por mundano entendamos algo despreciable. Ligado al disfrute de los placeres más terrenales, lo mundano no es sino la negación de lo eterno o de lo que nos conduce a ello. Por supuesto, quién se preocuparía de apreciar la vida del mundo cuando en realidad no es la vida verdadera. Pero la irrupción de la modernidad que metafóricamente mató a dios, nos iba a dejar a merced de un nihilismo plenamente funcional a los intereses de la lógica capitalista. Y si hay solo una vida en la tierra, esta debía estar consagrada a la generación de la riqueza. En esta segunda versión lo mundano queda incluido como aquello irrelevante por ordinario o no especial, o porque su disfrute excede las posibilidades (y la moralidad) de las clases sociales dominadas. Pero, por más limitadas que estén nuestras capacidades, incluidas las capacidades de pensamiento, nadie puede escapar a la experiencia del propio pensar porque se trata de un elemento fundamental en la construcción de la identidad. El pensar posibilita y expresa la libertad y se construye directamente en nuestra experiencia con el mundo. Se puede decir que el pensamiento, en primera instancia, es un pensamiento mundano, de tal manera que su recuperación podría ser, en términos políticos, la posibilidad de la reconversión de la decadencia y la mediocridad del “hombre-masa” que vive cansado de la superficialidad, pero también es demasiado cobarde para enfrentar la construcción autónoma y auténtica de una existencia con sentido. ¿Cómo construyes tú una experiencia con sentido? A propósito del I Congreso Internacional de Filosofía Mundana que se celebra esta semana en nuestra ciudad de Cuenca. (O)
