Me refiero al propósito como intención y objetivo para hacer algo, y más precisamente para vivir. Y claro que el solo hecho de intentar trazar el propósito de la vida, la convierte, automáticamente, en una vida distinta, una vida que se plantea su propio sentido, y que además escapa a las condiciones de la norma-lidad. Una vida con propósito sin duda es una buena vida, o digamos, una vida especial. Y ¿qué hace que sea especial vivir la vida? Varias pensadoras y pensadores se han detenido en esta pregunta. Veamos dos: Para Kant una vida con propósito sería una vida enmarcada en la verdad de la ética racional. La posibilidad de establecer principios de acción incondicionales, que puedan ser aplicados universalmente y sean válidos para cualquier persona. A esto se denomina como imperativo categórico. Para Nietzsche, por otro lado, la vida tiene sentido en sí misma, y el ser humano no debería hacer otra cosa que profundizar su experiencia de manera radical. Poder vivir como si se quisiera que cualquier instante de nuestra vida se repitiera una y otra vez para siempre, sin querer cambiar en lo absoluto ningún detalle, por más malo o desagradable que sea. Amar la vida con sus sombras y dolores, y también con sus alegrías, pues no existiría alegría sin un dolor, una falla, una pérdida, o un error, y ya no se sería una misma, o uno mismo, si se cambiara el más mínimo detalle. No obstante, amar la vida tal y como es para siempre, no nos puede llevar al inmovilismo, al contrario, debe impulsarnos a la acción heroica de la afirmación de la propia vida, a pesar de que no controlemos los resultados, a pesar de que podamos sufrir o fracasar. A esto se denomina el eterno retorno de lo mismo. Y una pregunta: ¿Estás viviendo esa vida que quisieras que se repita una y otra vez para siempre? (O)
