El Guabo

Cargo recuerdos que los años respetan. Llevo imágenes que perduran y siento que aún me sorprenden. Volver al ayer con la mente es un regalo del Creador porque se nos abren telones cerrados hace décadas y reviven seres que alguna vez fueron nuestra adoración.

Cuando regreso a un ayer que me dio la vida, imposible olvidarme de aquello que vino después: mi escuelita, mis años de estudio, mis compañeros de andanzas; más tarde, mi presencia en centros educativos, en la prensa nacional, en un entorno amigable con la vida y las ganas de soñar.

Me es grato hoy abrir una página de mi niñez con el único afán de poner en común la sencillez y bondad de vivencias personales que dejaron huellas y que aún tienen un lugar en mi menguada memoria.

Es que esos años nuestros fueron de paz y travesuras; esas horas tenían el sabor de la risa y la picardía sanas; éramos familia, fuimos amigos.

El cantón Sígsig fue creado para regocijo de muchos y envidia de unos tantos; no sé cuántas veces lo mencioné en mis escritos, lo que sí recuerdo es que siempre lo hice con amor, con nostalgia, con orgullo. Los viernes por la tarde, terminada la escuela, con mis primos, pata al suelo, nos íbamos al Guabo, propiedad de mis abuelos maternos, dejando atrás Nari y Chobshi.

Adelaida Iñiguez y Benjamín Torres eran los imames que nos atraían. Los dos lojanos, campesinos, gente de bien.

La propiedad era grande y, para nosotros, inmensa: ganado vacuno y equinos, borregos, cerdos, chivos, gallinas y cuyes eran los alegres semovientes. Una ‘pallca’ y piedritas en el bolsillo nunca nos faltaron: gorriones, mirlos y palomas fueron víctimas inocentes.

Un buen día, solo, me encontré dentro de una cueva gigantesca. Asustado, grité. Alguien me contestó. Repetí y noté que ese alguien me contestaba en igual tono e idéntico ritmo. Supe después del susto, por mis abuelos, que fue el eco y … todo lo demás.

En esos años los abuelos tenían tiempo y sabían cómo formar a sus nietos. Adelaida y Benjamín no fueron bachilleres y sabían tanto de tantas cosas, sobre todo de aquellas que no se encuentran en bibliotecas.

Un tubo de kerosén rompía la noche. A las nueve descansábamos ya de nuestros ajetreos. Supe años después que esas vivencias rupestres forjaron mi carácter y me enseñaron modales y virtudes. (O)

Dr. David Samaniego

Doctor en Filosofía y Ciencias de la Educación. Fundador de Ecomundo, Ecotec y Universidad Espíritu Santo en Guayaquil. Exprofesor del Liceo Naval y Universidad Laica (Guayaquil), Rector del colegio Spellman (Quito) y del colegio Cristóbal Colón (Guayaquil).

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