En la antigüedad la cultura griega con los filósofos abrió las mentes a la razón, se recuerda
que Sócrates enseñaba dialogando con los estudiantes, dinamizando la discusión entre ellos
para que se amplíen los horizontes del conocimiento crítico, al punto de descubrir la realidad,
ese punto de encuentro con el mundo interior de la conciencia personal y con el mundo
exterior en el que nos socializamos y del que somos parte, mundo exterior al que formamos
con nuestras inquietudes y realizaciones.
Con el paso del tiempo la idea de la libertad fue la esencia de la cultura que desde las
manifestaciones tempranas de la democracia en las ciudades griegas ya se concretó en los
modelos institucionales que luego por los autoritarismos verticales terminó en los sistemas
autocráticos y dictatoriales, en procesos reiterados de luchas sociales que con la caída del
imperio romano se ejecutaron en las múltiples experiencias feudales de la edad media con la
inquisición, confiscadora de las mentes y la prevalencia de los absolutismos, hasta que la
Ilustración definió los procesos culturales y políticos de la libertad concebida como la
autonomía de la voluntad en la visión kantiana.
Los procesos independistas de América de norte a sur, la Revolución francesa y la influencia
notoria de la cultura de la Ilustración marcan el proceso contemporáneo para descubrir la
esencia de la justicia en la realización integral del ser humano. Esa es la idea que ilumina este
siglo entre tanta contradicción con los aportes innegables de la ciencia y la tecnología, pero
también de las exclusiones y de la confrontación bélica con todas sus miserias de dominación y
muerte.
Por eso la cultura de la razón y de la cooperación solidaria tiene que ser retomada desde la
familia y el aula en el proceso permanente de aprender a ser personas en la plenitud de la
responsabilidad social. (O)