En tiempos en el cual el discurso del desarrollo parece justificarlo todo, nos urge reflexionar sobre valores esenciales. Como la lealtad.
Asociada a relaciones humanas, la lealtad es el respeto, cuidado y defensa de aquello en lo que creemos: una causa, un proyecto, una persona… o la tierra que habitamos y el agua que nos da vida.
Cuenca y sus zonas rurales enfrentan hoy una amenaza silenciosa pero letal: el avance del proyecto minero “Loma Larga “que, con una supuesta licencia ambiental autorizada por Ministerio del Ambiente, el 23 de junio del 2025, podría intervenir libremente en Kimsacocha.
El daño no es hipotético: la extracción minera en páramos protegidos puede significar contaminación de ríos, pérdida de ecosistemas y afectación directa a miles de familias.
La pregunta ética para quienes tienen poder de decisión es muy simple: ¿A quién somos leales? ¿A las empresas que prometen riqueza inmediata, o a las generaciones futuras que heredarán agua contaminada y ecosistemas destruidos?
No cabe el doble discurso. No se puede hablar de amor por Cuenca y permitir la minería en sus fuentes de vida, sin respetar una debida consulta previa y honesta. Porque el agua no es un recurso negociable, es un derecho humano fundamental, protegido por nuestra constitución.
Cuenca necesita de esta lealtad activa y valiente que defienda el agua, no como mercancía, sino como la esencia misma de la vida.
Debemos entender que un desarrollo verdadero no puede cimentarse sobre la destrucción.