Hay un interesante problema que al menos a mi se me ha revelado de manera impactante, luego de acercarme al pensamiento de la filósofa feminista Rosi Braidotti, y que tiene que ver con la crítica profunda que ella levanta al humanismo, esa recuperación de las capacidades racionales universales y de los ideales éticos basados en la autonomía humana, que, no obstante, conservó un núcleo ilustrado, heterosexual, patriarcal, burgués, eurocéntrico, e imperialista. El humanismo parte de su propia superioridad ética, política y racional, pero dejó por fuera todo lo que se constituye como distinto respecto de no tener esas cualidades del “hombre”. De ahí que se plantee la superación del humanismo, así como de todo lo que este defiende, empezando por la particular idea de ser humano que construyó. Es ciertamente una necedad seguir intentando reconocernos bajo el espíritu humanista, cuando en el fondo este espíritu tiene una matriz minúscula, colonial y excluyente. El sujeto del posthumanismo deja de ser entendido como racional para pasar a ser relacional, deja la preeminencia de la conciencia para pasar a valorar el cuerpo en una determinada realidad, deja de priorizar una noción de vida humana para pasar a valorar la vida de manera transversal en la que participan todos los seres que conforman la realidad, deja de auto comprenderse como el sujeto destinado a dominar la naturaleza desde una perspectiva antropocéntrica. Esto quiere decir el posthumanismo además reconoce la existencia de aquello que escapa al discurso, y da paso a lo sensible y a lo inexplicable. El sujeto relacional del posthumanismo construye una ética de la interdependencia hacia la potenciación de la vitalidad amplia, de la vida en todas sus manifestaciones, y donde probablemente las ideas de colaboración, reciprocidad y apoyo mutuo sean claves en una nueva organización de una política posthumana (ideas que, por cierto, la cosmovisión andina ya manejaba). (O)
