Estas líneas se esbozan desde Otavalo: día 12 del paro indígena que se mantiene en las calles y carreteras, en medio de la incertidumbre. Ya no es solo Imbabura, sino también Chimborazo, Bolívar, Cañar, Cotopaxi, parte de Pichincha, Sucumbíos. La demanda es la misma: la derogatoria del alza del diésel. A lo que se suma la exigencia por la liberación de detenidos como consecuencia de las protestas. Al menos en la ciudad citada: doce.
La movilización social se ha agudizado ante la miopía total del gobierno nacional. Ajeno al contacto posible con la gente, Noboa apenas esgrime un par de frases mal leídas desde el telepromter y rehúye a toda posibilidad de sentarse a discutir la problemática indígena, con la anuencia de acólitos tecnócratas y serviles ministros de paso fugaz. Irrelevante su equipo de asesores que no da pie con bola. Ahora aparece la “brillante” estrategia de ampliar un feriado con alcance nacional, la segunda semana de octubre. Un despropósito tan notorio, ya que lo que menos deseamos los ecuatorianos en este momento es pasear por turismo local, considerando el impacto anímico y el efecto económico irreversible tras las acciones que incluso acarrean el estado de excepción en varias provincias.
La única respuesta contundente que ha dado el régimen de Noboa ha sido la represión brutal de militares y policías en contra de los manifestantes, teniendo a Efraín Fuerez como la primera víctima mortal. ¿Qué quiere el régimen de turno? ¿Más muertos? ¿Más torturados? ¿Más desaparecidos? ¿Más caos y ruptura del estado de derecho?
La narrativa oficial está diametralmente equivocada de la adecuada interpretación de la realidad diaria de nuestros pueblos y nacionalidades indígenas, herederos de las tierras milenarias. Las demandas históricas siguen latentes: educación, salud, seguridad social, vivienda, empleo. Las dinámicas de la urbe frente al campo son diferentes. Las cosmovisiones, distintas. Y, desde luego, las necesidades no son equivalentes.
Un acto de resistencia popular como el que atraviesa el país no puede ser reducido al calificativo de “terrorista”. Los levantamientos indígenas son parte de nuestra memoria colectiva. Para comprender aquello, hay que leer la historia, entonces solo así podremos dimensionar la deuda que el Estado aún tiene con los sectores más relegados de la patria ecuatorial. (O)