El ferrocarril es un infaltable componente del paisaje cuencano evocado, si podemos llamarlo así a los recuerdos que afloran como señuelos de identidad local, determinados por algún evento específico como la inauguración del Parque del Ferrocarril en la estación ferroviaria de Gapal a dónde, hace ya 60 años concurrimos alegremente para ver llegar por primera vez ”El tren que perdió el tren” como lo llamó Manuel Muñoz Cueva, en su editorial conmemorativo de “El Tiempo”, en alusión al casi medio siglo de retraso de este, ahora, entrañable componente del imaginario regional.
Y disfruté recordar cómo, con mis amigos de secundaria, orillando el Tomebamba hasta el Vergel, la Calle de los Herreros y la Casa de Chaguarchimbana con sus enormes murales y palomar, Ingachaca y el puente homónimo y la Quinta Bolívar, llegamos a la estación Ferroviaria de Gapal, a esa hora pueblo en fiesta. Parecía que todos los caminos conducían allá. Y escuchamos lejano y cada vez más cercano el ulular y el ronco sonido de su maquinaria y vivimos la apoteosis de la llegada del primer tren a Cuenca a todo color y sonoridad. Desde entonces su llegada en la mañana y el regreso de tarde fue parte de nuestro paisaje sonoro hasta el Desastre de la Josefina. Solo quedan recuerdos de esos viajes fugaces, en autoferro, hasta San Pedro y de ahí el ascenso a la parroquia y al castillo de Ingapirca. Paseo de rutina con toda visita y grupos especiales como ese inolvidable primer viaje con Manuel Muñoz Cueva, con la maestros de la Sociedad Ecuatoriana de Historia de la Medicina; con un grupo de arqueólogos de Suiza, con las brigadas de Extensión Universitaria, con los grupo teatro Yurac, TEU y Túpac Amaru, con investigadores, médicos, periodistas, artistas y escritores visitantes; en fin, entre amigos, familia o en soledad por el gusto de visitar Ingapirca en el autoferro de las cuatro de la mañana y regresar en el ferrocarril que a las 16h00 pasaba por San Pedro.
Recuerdo que en mi primera visita al Tren de la Nariz del Diablo en Alausi, cuando pasada el encantamiento del descenso y el recorrido entre rieles, máquinas y vagones, llegamos a un ramal perdido entre matorral y restos de un tren mirando al sur. Es el ramal a Cuenca explicó el anfitrión, y este, “El tren que perdió el tren” comenté para su hilaridad. (O)