Mark Twain escribió que no es lo que no sabemos lo que nos mete en problemas, sino lo que creemos saber con absoluta certeza y resulta no ser cierto. Y tal parece que así es, que el peligro no está en la ignorancia, sino en la convicción ciega, en esa que no se cuestiona.
La certeza al fin y al cabo ofrece un tipo de comodidad que adormece, nos da una falsa sensación de seguridad, ya que nos gusta sentir que dominamos el mapa, que entendemos cómo funciona el mundo, que tenemos razón; sin embargo, las grandes caídas suelen comenzar ahí, cuando dejamos de hacernos preguntas. Después de todo, la mente cerrada es un territorio sin aire que no permite que entre nada nuevo.
Bertrand Russell decía que el problema de la humanidad es que los necios están seguros de todo y los sabios llenos de dudas. Esa paradoja debería hacernos sospechar cada vez que sentimos demasiada seguridad, ya que dudar no nos hace débiles, nos mantiene despiertos, alerta, y a la larga no es un gesto de inseguridad, sino de coraje intelectual.
Adam Grant, en su libro Think Again, propone algo parecido, nos invita a reaprender a pensar, a no defender nuestras ideas como si fueran verdades incuestionables, sino a tratarlas como hipótesis en revisión. Cuestionar nuestras ideas no significa destruirlas, sino someterlas a prueba, ver si resisten la realidad; para Grant esa gimnasia de la duda es la que permite construir convicciones más firmes y menos dogmáticas.
Tal vez por eso es recomendable convivir con la incertidumbre, saber que la claridad llega, se va y vuelve a aparecer con otra forma. Mientras que la certeza, es cómoda y ordenada, pero asfixiante; y al final del día solo quien se atreve a dudar sigue realmente viendo más allá de un punto de vista único. (O)
@ceciliaugalde