Hay en nuestra América ciudades que son, en verdad, ciudades llenas de árboles, de flores, de bosques urbanos, de llano, no sólo en muy bien cuidados parques, sino en avenidas y calles, en que delante de los edificios se ha dejado generosos espacios con fines ornamentales, con árboles, plantas florales, cascadas y piletas, etc. Todo esto embellece la ciudad, recrea la vista, enriquece el espíritu, pero no deja de generar una sana envidia en quienes como nosotros vivimos en urbes con escasez de esos elementos y en las que el deterioro de todo lo “verde” avanza día a día.
El hermosísimo y grande parque llamado “Paraíso” fue infamemente mutilado por administraciones municipales que inconscientes del imponderable valor de ese lugar “regalaron” muchos espacios para construir feísimas edificaciones, de instituciones que podrían ser sociales y de beneficencia, pero que bien pudieron ser construidas en otros sitios, de propiedad del mismo municipio, sin el valor patrimonial y ecológico de aquel parque.
Hay dos clases de principales depredadores de plantas y árboles en particular en Cuenca. Los ciudadanos incultos que mientras caminan por avenidas y parques van rompiendo las que han sido sembradas ya sea por la Municipalidad o por los propios vecinos. Son desde niños, hijos de padres incultos que no han recibido la más mínima formación cívica, hasta adultos irresponsables y animales que deambulan y pastorean por esos lugares, He visto en la “Circunvalación Sur” varias ocasiones en que se realizó la siembra y sin embargo la destrucción sólo ha permitido crecer un limitado número de árboles. La mala educación de niños y aún de personas mayores es una lacra vergonzosa que denigra a la que antes se consideraba acertadamente “Atenas del Ecuador”.
Y el segundo depredador es la Empresa Eléctrica que con el pretexto de que las ramas de los árboles pueden afectar sus alambres han destruido árboles irreemplazables, añosos y muy bellos. Debemos rogar al Presidente de la República que les llame la atención como hizo en Quito para retirar esas horrorosas redes de cables aéreos y los pongan subterráneos y que no cometan la barbaridad de dañar nuestros árboles. (O)