En alguna parte escuché la pregunta de si ¿el mundo nos pasa a nosotros o si nosotros le pasamos al mundo? Marcando una diferencia fundamental entre quienes esperan permiso para actuar y quienes asumen que tienen algo que decir, algo que mover, algo que mejorar.
Stephen Covey habla de la proactividad, aquella actitud que nos recuerda que siempre tenemos un margen de acción, incluso cuando las circunstancias no son ideales. Basta con pensar en Nelson Mandela o Malala Yousafzai para saber que incluso en circunstancias muy adversas hay cosas que dependen de nosotros, que están bajo nuestro control.
Y ahí entra otra idea, la que afirma que el ojo del amo engorda al caballo. La experiencia nos dice que cuando el dueño está presente, atento, involucrado, las cosas prosperan; cuando no, se deterioran.
Lo interesante es aplicar esa sabiduría a nuestra vida, convertirnos en los dueños de nuestro destino, dejar de esperar instrucciones y empezar a hacernos cargo del desorden, de la decisión postergada, del sueño que seguimos empujando para mañana.
Las personas proactivas hacen eso, actúan como dueños antes de serlo. No porque se crean más capaces, sino porque reconocen que nadie vendrá a vivir por ellos. No preguntan ¿a quién le toca?; preguntan ¿qué puedo hacer? No se paralizan ante lo desconocido; asumen que aprender forma parte del proceso y que de los errores también se aprende.
Viktor Frankl decía que la última de las libertades humanas es elegir nuestra actitud frente a lo que nos ocurre, esa elección es el inicio de cualquier cambio real. Ser dueños de la vida no significa control absoluto, sino compromiso, significa dejar de tratar nuestros propios asuntos como “caballos ajenos”, prestarles atención, darles cuidado, involucrarnos. (O)
@ceciliaugalde






