Las identidades no son estáticas, ya que, ostentando elementos esenciales de expresión vivencial, se renuevan en un proceso colectivo enriquecedor. El pretérito deja una huella indeleble por el cual se forjan esas identidades, pero, eso, no es un óbice al momento de retroalimentarse con nuevos y crecientes escenarios culturales. El hombre, es, entonces, visto desde los más disímiles órdenes: antropológico, filosófico, artístico, productivo, político, económico, recreativo, en el marco de las relaciones armónicas con el resto de los elementos de un grupo humano.
En el caso ecuatoriano, su diversidad confirma lo anotado. Nuestra nación posee lazos indisolubles que forjan una identidad propia; costumbres, tradiciones, signos lingüísticos, gastronomía, manifestaciones religiosas, fiestas populares, idiosincrasia, etc. A ello, se suma la fuerte mixtura étnica: mestizos, indígenas, afrodescendientes, montubios, sin olvidar la creciente ola migratoria, como consecuencia de los signos de movilidad constante. Esto, determina la condición de país multiétnico y plural. En tal valoración, la construcción de una sociedad intercultural es imperiosa. No sólo como una aspiración declarativa, sino como el resultado de una práctica tolerante y flexible. La interculturalidad supera la perspectiva de respeto a la otredad, ya que sus vasos comunicantes afianzan el sentido cultural, espacial, geográfico y humano. Esta característica societal, genera una convivencia pacífica y solidaria. Rompe estereotipos sociales que van en detrimento del reconocimiento y activa relación entre seres diferentes. Desde esa percepción, las comunidades evitan rupturas y, al contrario, promueven el diálogo intercultural.
Otavalo -capital intercultural del Ecuador- otea caminos de unidad sin desconocer las tensiones y divergencias raciales, acogiendo en su seno telúrico al orbe, a partir de su condición territorial policultural. En este embrujo citadino se asientan comunidades indígenas de marcado abolengo artesanal, artístico y comercial. Pero también, como fruto del rastro hispano, la coexistencia mestiza. Esta realidad, resume la aspiración colectiva de suscitar elementos unitarios en medio de la latente multiplicidad social. (O)





