Así es, han transcurrido más de dos mil años desde cuando se cuenta el tiempo con un antes y después de Cristo y que para quienes discuten su existencia como para los que creemos en ella, debe ser un recordatorio de lo equivocados que estamos todos, ya que es un punto de validez universal porque lo que se ha escrito y se escribe en la línea de la solidaridad es tan precario ante los evidentes hechos de la violencia que afligen a la humanidad en todos los lugares y durante tan largo tiempo y que la memoria recoge en sus narrativas de enfrentamientos aciagos que dan por resultado que ni la paz, ni la justicia, ni la igualdad son los valores practicados por la humana condición. Valores que el Señor de la Historia vino a enseñarnos.
En este punto me permito poner en la mirada a nuestra humana condición comenzado por cada uno de nosotros.
Jean Lacroix en su libro “Marxismo, Existencialismo, Personalismo” nos dice que en su sentido esencial el mensaje cristiano es un llamado a cada persona para que, desde el mundo íntimo, seamos consecuentes con la enseñanza de servicio al bien común. Tendemos a reclamar a los demás lo que cada uno debe cumplir en la realidad de sabernos y sentirnos sujetos de responsabilidades éticas y sociales indelegables.
El mundo sigue el camino trazado por los intereses dominantes del poder prevaleciente, igual que hace dos mil años, en una constante de exclusión, recordemos que hasta 1850, la esclavitud, fue una práctica legal en Ecuador. Pero sus prolongaciones de exclusión siguen vigentes en las formas sucedáneas de marginación social que nos recuerda la necesidad de encontrar el punto omega de la conciencia que nos hace libres del instinto y por cierto dueños de nuestro destino de fraternidad. La enseñanza del Señor de la Historia nos sigue llamando para construir un mundo y una cultura realmente solidaria. (O)






