Más allá de lo que representa la Navidad -separando con excelso respeto a la FE- en una dinámica de consumismo que responde a la oferta y demanda; a la exhibición y a la competencia, ésta es una fecha de encuentros y reencuentros, de compartir, de alegría, de amor, de perdón y de humildad.
Pero si el verdadero sentido de la Navidad es este último, la humildad, considero que nunca es tarde para subsanar nuestra vida interior; no estaría demás pedir sabiduría y humildad a los que olvidaron aquello, a los llamados a dirigir “algo”, a los que pueden cambiar “algo”, a quienes pueden estimular que la Magia de la Navidad, haga lo suyo.
-En una sociedad donde el “saludo”, el “gracias”, el “estimado”, el “a la orden” o el “con el mayor de los respetos” se dice desde la mueca o la sátira, necesitamos culturizarnos;
-En una sociedad donde el morbo y el lenguaje sexual es la atracción, debemos sensibilizarnos;
-En una sociedad donde la mofa, el amarillismo y la victimización son noticias de impacto que mueven lo emotivo más no inteligencia el criterio, necesitamos responsabilizarnos;
-En una sociedad donde la trampa, la corrupción y la violencia está estructurada, debemos levantarnos;
Y así, miles de ejemplificaciones más, casi infinitas, son las que podría cambiar la “Magia de la Navidad”. Pedir desde el corazón, desde la autocrítica y desde la más grande sencillez humana, es lo que podría en algo subsanar el daño de la sociedad; de una u otra forma todos estamos heridos.
Queremos hogares sanos, pero estamos contagiados; queremos trabajos pulcros, pero estamos sucios; queremos sociedades libres, democráticas y justas, pero no somos nada de eso. En esta Navidad, en algún instante secreto y exclusivo, pidamos por nosotros y para nosotros, pero esta vez, entendiendo que mucho de lo que queremos que ocurra, si pudiera pasar ¡Nosotros también podemos hacer magia! (O)





