
Varios gobiernos del mundo y organizaciones como la OEA reconocen el triunfo electoral de Daniel Noboa para un segundo mandato.
Eso es parte de la diplomacia como tal, de las buenas relaciones internacionales, de la amistad entre gobernantes, así difieran ideológicamente, de saber aquilatar cuanto vale vivir en democracia.
Los saludos, felicitaciones y buenos deseos se originan tras conocer, previo informes de delegados internacionales y de otros organismos vigilantes, la transparencia del proceso electoral.
Excepto un segmento, minúsculo por cierto del movimiento político perdedor, liderado por la ahora excandidata Luisa González, el resto de partidos reconocen el legítimo triunfo de Noboa.
La abismal diferencia de votos no da lugar para elucubraciones, excepto si el deseo es sembrar dudas y echar sombras sobre la voluntad popular.
Bajos esos considerandos, incluso alcaldes y prefectos de las filas del partido derrotado en las urnas han reconocido la victoria de Noboa. Más bien le han planteado unir fuerzas, cada uno en el ámbito de sus competencias, para sacar adelante al Ecuador. Un gesto, plausible, sensato y democrático.
El presidente está obligado a responder con creces a ese reconocimiento, pues aquéllos, como él, son producto de la voluntad popular. Más bien, como lo hacen los buenos estadistas, olvidar las desavenencias y hasta los epítetos lanzados al calor de la campaña. La unidad nacional es fundamental.
Solo un gobernante, representante de lo más bajo y ruin de la política, como Nicolás Maduro, dice no reconocer el triunfo de Noboa.
Es más, según su estrechez mental, en el Ecuador hubo un “fraude escandaloso”. Hasta en su misma Venezuela, asolada por su desgobierno dictatorial y corrupto, le dirán “el burro hablando de orejas”.
Por ventaja, el mundo conoce cómo Maduro se perpetúa en el poder. ¿O sus camaradas en el Ecuador no copiaron bien su fórmula?
La victoria de Noboa es inobjetable, y así lo entienden la mayoría de gobiernos.