Reparar el nosotros

Las sociedades también se enferman. No cuando disienten, sino cuando pierden la capacidad de sostener los mínimos acuerdos para la convivencia. Esta dolencia no se manifiesta solo en la gran escena política; comienza en lo cotidiano: en un grupo de WhatsApp que se rompe, en una comida familiar donde ya no se habla de política, en los silencios incómodos que se instalan entre amigos. Cuando el desacuerdo deja de ser saludable y se transforma en odio, exclusión o amenaza, estamos ante un síntoma claro de que el tejido social se debilita.

George Lakoff, uno de los más influyentes teóricos del lenguaje político, sostiene que las palabras moldean la forma en que pensamos el mundo. No se trata solo de qué se dice, sino desde qué marco conceptual lo decimos. En Ecuador, como en muchos países fracturados por la polarización, los marcos del enemigo, del castigo, de la superioridad moral o de la sospecha han reemplazado a los del cuidado, la solidaridad y la comunidad. Así, el adversario político deja de ser un conciudadano y se convierte en una amenaza. La democracia, sin un marco de empatía, se transforma en una guerra de trincheras donde ya no importan las ideas, sino la victoria total sobre el otro.

La historia ofrece ejemplos dolorosos. No fueron sociedades ignorantes las que permitieron horrores como el Holocausto, sino culturas profundamente racionalizadas que habían perdido la brújula de la humanidad compartida. Como recuerda Hannah Arendt, el mal no siempre se presenta con monstruosidad, sino con banalidad. Lo dejamos entrar cuando normalizamos la humillación, el desprecio, el insulto y el miedo.

El 13 de abril el país votó, pero el proceso electoral no puede dividirnos en bloques irreconciliables. El resultado no debe ser una línea divisoria, sino una oportunidad para reparar. Desde el marco conceptual del cuidado —como sugiere Lakoff— es posible reconstruir una narrativa distinta. No es en las cumbres políticas ni en los pactos institucionales donde comienza la reconciliación, sino en los actos más pequeños: en cómo nombramos al otro, en cómo escuchamos lo que nos incomoda, en cómo decidimos no responder con rabia, sino con curiosidad. Reconciliarnos no es olvidar el conflicto, es decidir mirarnos con el corazón, como parte de un mismo «nosotros» que, aunque herido, aún puede sanar.

DZM

Licenciada en Ciencias de la Información y Comunicación Social con experiencia en coberturas periodísticas, elaboración de suplementos y materiales comunicacionales impresos. Fue directora de diario La Tarde y es editora.

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