Parte de la estrategia política es convencer al supuesto enemigo para sumarle a un proyecto.
Acaba de hacerlo el Régimen de Daniel Noboa. De la mano de su ministro de Gobierno, José De la Gasca, ha persuadido a los asambleístas electos por Pachakutik, el operador político de la CONAIE, cuya división es evidente, diríase desde cuando arrancó la primera vuelta electoral y se profundizó en la segunda.
Casi nadie presagió esa alianza en bloque. Una vez concretada, fue anunciada por De la Gasca con un optimismo digno de su locuacidad.
Habló de la sumatoria de esfuerzos, “de trabajar juntos por el progreso de todos los ecuatorianos”, del fortalecimiento del camino “hacia el nuevo Ecuador”.
Esa alianza le permitirá al Gobierno alcanzar la mayoría absoluta en la Asamblea, considerando el casi seguro apoyo del bloque socialcristiano.
Todo aquello es parte del juego político. Gobiernos anteriores también impulsaron alianzas con sus oponentes ideológicos o con los independientes, a veces con suerte, a veces no; a veces, también experimentando reveses si no se cumplen los puntos del acuerdo o se impulsan leyes o reformas incompatibles con sus postulados, o por mero cálculo electoral.
Si sobre aquel acuerdo no hay nada turbio bajo la mesa, como la entrega de cargos burocráticos, entre otras prebendas; y, más bien, se impone el consenso para buscar salidas a los graves problemas del país, nada hay de censurable.
El apoyo será clave, en especial para concretar la propuesta de Noboa, aún no definida, de si opta por la Asamblea Constituyente o un plan de reformas parciales pero profundas a la Constitución vigente.
Tampoco debería inducir a los aliados a renunciar a su voz crítica, de fiscalizar y de oponerse ante cualquier desvío del Ejecutivo.
Bien harían ellos en explicar los términos del acuerdo, sobre todo cuál será su posición respecto de la política económica del Gobierno, en contravía con los postulados de Pachakutik.
