Lo único que alegra y une a los ecuatorianos son los triunfos deportivos. Esta vez nos los da la selección nacional de Fútbol al clasificar al Mundial a realizarse en 2026.
Será su quinta participación en un torneo ecuménico, al cual concurren las mejores selecciones tras disputar eliminatorias de alta competencia.
La Tricolor, como popularmente se la conoce a nuestra selección, consigue la clasificación al empatar, en Lima, con su similar del Perú, faltando dos partidos para concluir el torneo eliminatorio. Llegó con tres puntos menos como consecuencia de una sanción impuesta, cuyos pormenores los conoce toda la afición deportiva.
Los ecuatorianos, no todos por supuesto, pues a no todos les gusta el fútbol, celebraron la clasificación, labrada con sacrificio, pundonor, desavenencias, y todo cuanto rodea al mundo del fútbol, el deporte rey como le llaman; pues es un deporte de masas, despierta pasiones inusitadas, une continentes, los gritos del gol resuenan en todo lado, aunque también tiene elementos en contra.
Superó las críticas, incluyendo las de los “especialistas”, muchos provistos únicamente de micrófonos; de los DT gratuitos o de quienes juegan a serlo. También los apegos y desapegos tras cada convocatoria de jugadores, el cambio de director técnico, cuando no los insultos propinados a varios de ellos, cargados de un racismo camuflado, o de considerarlos máquinas y no seres humanos, proclives a lesiones, a malos momentos o a la discontinuidad en sus respectivos equipos.
Todo eso vuelve más meritoria la clasificación. Hay sobradas razones para celebrarla. Es un alegrón deportivo para un país sumido en la violencia criminal y en la incertidumbre. Si bien es pasajero, pero es un momento para el desfogue. Debe serlo también para creer en sí mismo, para luchar, superarse, como lo han hecho los jóvenes integrantes de la Tricolor. Ecuador, en un nuevo Mundial de Fútbol. Gracias “Muchachos”.