
La política del escándalo no da tregua en el Ecuador.
Los protagonistas y sus acciones dan insumos para las redes sociales, para titulares en los medios de comunicación, con mayor razón para dimes y diretes de todo calibre.
En la Asamblea Nacional no hay semana en la cual no aparezcan hechos reprochables, risibles otros, algunos grotescos, cuando no, poco o nada éticos.
Ni bien se asimilaba lo hecho por un asambleísta de apenas 19 años de edad, concentrado en garabatear dibujos mientras sesionaba el Pleno para analizar una tentativa de fiscalización, sobreviene la acusación a otro legislador: la de, presuntamente, haber violado a una niña de 12 años de edad.
Solo entonces, el aludido es expulsado de su movimiento político, sin mediar siquiera un ofrecimiento de disculpas públicas por haberlo puesto en la lista de candidatos.
Líderes de ese movimiento, aunque hay uno solo, y demás dirigentes, ¿no sabían de tal antecedente, si por muchos años era uno de sus baluartes?
Como si eso fuera poca cosa, de inmediato se descubre otra “perla”. Días antes de su involucramiento, aquel legislador propuso una reforma para que el consentimiento de relaciones sexuales sea desde los 14 años de edad. Todos sus ahora excoidearios lo respaldaron con sus firmas, cuando, hasta por lógica, debieron preocuparse, razonar, así la Corte Constitucional se haya ido por la tangente en este tema, asimismo en nombre de los “derechos” de la adolescencia.
De inmediato aparece otro “acontecimiento” digno de la caricaturesca Asamblea. Una legisladora deja su movimiento tras descubrir, en chats, que su coidearia, excandidata presidencial, basándose en su discapacidad visual, la insultó. Nada cambia en el Legislativo.
Igual son los escándalos entre presos acusados de corrupción y autoridades de elección popular. Acusaciones, desmentidos, desafíos y amenazas.
Como si no hubiera temas importantes del país sobre los cuales debatir.