El Ministerio de Salud Pública (MSO), o es la cenicienta del Gobierno o es un elefante caminando con pies de plomo.
El Ecuador está conmocionado por la muerte de doce niños recién nacidos en el hospital Universitario de Guayaquil, diez debido a su estado clínico complicado por nacimiento prematuro o muy prematuro. Los otros dos, supuestamente a causa de una bacteria.
Como ocurre siempre en estos casos, se exigen renuncias, se ofrecen investigar las causas y, lo peor, el asunto termina politizándose.
La muerte de los doce inocentes vuelve a sacar a la luz cómo la salud de los ecuatorianos poco interesa al poder público, primero, por la constante disminución del presupuesto destinado al MSP; segundo, por cuanto este Ministerio, convertido en el comodín de ministros (en promedio, uno cada cinco meses), tiene una paupérrima ejecución presupuestaria.
Si eso no es suficiente como para sacudir conciencias, hay sobradas razones para indignarse por la carencia casi total de medicinas, de insumos médicos, y hasta por la falta de personal médico.
Solo en mentes indolentes pueden caber esas ignominias. Los responsables, con el gobernante a la cabeza, saben de las corruptelas existentes en los hospitales públicos, no en todos por si acaso, cuyos negociados en el proceso de adquisición de medicamentos han llevado a tan calamitosa situación.
Cruzarse de brazos, no encontrar otra fórmula para comprar medicinas y otros insumos; enterarse de que no hay ni siquiera comida para los enfermos, raya en lo inhumano.
¿Puede un Gobierno sentirse tranquilo ante semejante situación de millones de personas cuya única alternativa es acudir a los hospitales públicos para hacerse atender?
Pronto, el escándalo, más claro el dolor de doce madres, pasará a segundo plano, reemplazado por otro, creado o manipulado, y la salud seguirá en manos de improvisados, de mafias, de oídos sordos ante el pedido de declaratoria de emergencia. Insólito.