
“Si no te gusta la conversación, cámbiala”. El adagio encaja con precisión en la estrategia comunicacional del presidente Daniel Noboa. Cuando la agenda pública se volvió adversa —con protestas contra la eliminación del subsidio al diésel, la multitudinaria marcha de Cuenca por el agua y el rechazo al extractivismo en Kimsacocha, además de la inseguridad persistente y la precariedad en salud— el Ejecutivo optó por mover el tablero: propuso una única pregunta para consulta popular con el fin de convocar a una nueva Constituyente.
No es la primera vez que un gobierno recurre a este recurso. En el populismo latinoamericano, como lo explica la literatura especializada, el plebiscito y la consulta popular han sido herramientas para desviar la atención, reconfigurar la conversación y reconstituir la legitimidad del líder. En este caso, la derrota del Ejecutivo en la Corte Constitucional por el rechazo a sus anteriores preguntas terminó sirviendo como justificación para abrir el debate sobre la Constituyente.
El problema para Noboa es que las cifras no lo acompañan. La aprobación presidencial se ha desplomado en menos de dos meses —con pérdidas que rodean los 16 puntos y una credibilidad aún más deteriorada—, lo que hace inviable un escenario plebiscitario en condiciones favorables. En contextos así, la estrategia de cambiar la conversación corre el riesgo de convertirse en un boomerang: más que instalar un nuevo tema, puede evidenciar la fragilidad del liderazgo.
El gobierno enfrenta, entonces, un dilema mayor. Para sostener la apuesta necesitará reforzar sus “positivos”, justo cuando la tendencia va a la baja. Como advierte la experiencia regional, insistir en mecanismos plebiscitarios sin respaldo popular es desgastante y erosiona la credibilidad. La lección es clara: no basta con cambiar la conversación; hay que cuidar la consistencia de las acciones de gobierno, porque sin resultados concretos, ningún giro comunicacional alcanza para reconstruir la confianza ciudadana.