
Las relaciones entre el Gobierno y la prensa, sobre todo con los medios críticos, no es la mejor. Al contrario, se deterioran cada vez.
No debe entenderse esa relación en términos de “llevarse bien”. El periodismo, el buen periodismo se sobrentiende, no está para eso.
Tiempo atrás, el Régimen nombró a su vocera oficial. Ni bien posesionada, fue cuestionada por su manifiesta simpatía con el correísmo. Pero decisiones son decisiones, y cada cual, en este caso el presidente Daniel Noboa, sabrá sobrellevarlas, peor en tiempos de tempestad.
Empero, los roces entre la funcionaria y reporteros de los medios críticos aumentan. Desde el uso de términos despectivos para referirse a ellos, hasta decidir quién debe preguntar cuando da sus conferencias de prensa; y, lo peor, negar el ingreso de periodistas, supuestamente porque no son de su agrado, o responder a cuentagotas a interrogantes cuestionadoras, son la tónica semana tras semana.
No se trata de su posición personal. Su proceder obedece a la línea política comunicacional del Régimen.
El presidente suscribió las declaraciones de Chapultepec y de Salta en marzo de 2024. ¿Lo hizo solo para quedar bien?
La prensa, con mayor razón la crítica, la que “jode” e investiga, siempre incomoda al poder. Si quien lo representa, no la respeta; cree que debe servirle de alfombra, de altoparlante de su propaganda, a veces disfrazada de información, yerra, toma el camino de los déspotas.
Medios críticos denuncian persecución a través del SRI, como en los tiempos del correísmo, del cual, algunos funcionarios replican comportamientos como ningunear a los periodistas.
La libertad de prensa comienza a ser agarrada, literalmente, por la garganta.
Prefiero “una prensa libre…, que tenga la libertad de decir absolutamente todo”, ha dicho el presidente de Paraguay, Santiago Peña, tras denuncias que involucran a su familia. ¿Dirá lo mismo Noboa?