Cuidar la palabra

Las sociedades avanzan en la medida en que sus ciudadanos se involucran con profundidad en la búsqueda de soluciones a los problemas que las apremian. No existen fórmulas secretas ni salvadores providenciales: lo que sí existe —y siempre ha estado a nuestro alcance— es la capacidad de activar conversaciones honestas, propositivas y resilientes que fortalezcan la construcción de un proyecto común.

La pausa que impone el silencio electoral debería abrir un espacio para reflexionar sobre la calidad de nuestra participación en esta convocatoria. Vivimos en un clima polarizado que dificulta reconocer la virtud en el pensamiento ajeno, confunde participación con reacción inmediata y desnuda nuestra fragilidad para escucharnos sin prejuicios. La crispación nos ha hecho olvidar que debatir no es vencer, sino comprender. Y que la democracia no se agota en un acto puntual frente a una urna.

Participar no debería limitarse a depositar una papeleta. La salud de una democracia se mide por la calidad de las conversaciones que la anteceden. Escuchar antes de juzgar, disentir sin deshumanizar, preguntar sin hostilidad: son señales de una ciudadanía más madura, capaz de reconstruir confianza en medio de la incertidumbre. La comunicación política —cuando se entiende como un puente y no como un arma— puede abrir caminos para recuperar la conversación pública y, con ella, el tejido social.

En el lenguaje que compartimos, en la empatía cívica y en la responsabilidad de comprender el sentido de lo que decidimos, se juega algo más que el resultado de una consulta. Se juega nuestra capacidad de hablarnos como país. Si aprendemos a cuidar la palabra, quizá podamos también cuidar el futuro.

DZM

DZM

Licenciada en Ciencias de la Información y Comunicación Social con experiencia en coberturas periodísticas, elaboración de suplementos y materiales comunicacionales impresos. Fue directora de diario La Tarde y es editora.
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