El origen del agua y su viaje interminable

El 70 % de nuestro planeta está cubierto del líquido vital, lo que equivale a unos 1.380 millones de kilómetros cúbicos. Solo el 3 % es dulce.


El agua no tiene un origen único, como si hubiese nacido en un solo lugar. Más bien, es como Dios: está en todas partes de la Tierra.


No sabemos con certeza cómo llegó ni cómo se formó, pero la teoría más aceptada sostiene que fue traída por asteroides y meteoritos cargados de hielo.


Hoy también se admite que pudo originarse en épocas volcánicas, cuando el calor de las erupciones y el enfriamiento de la atmósfera generaron vapor que, al condensarse, desencadenó lluvias torrenciales.


Una vez que estas dos fuentes se unieron en la Tierra, comenzó un ciclo interminable que solo podría interrumpirse si las condiciones climáticas se volvieran extremas.


A menudo creemos que el agua “nace” en las montañas, pero en realidad nace y muere en todas partes: fluye del océano a la montaña y de la montaña al océano en un viaje constante; del cielo a la tierra y de la tierra al firmamento.


Se manifiesta en estado sólido, líquido y gaseoso. Para no confundirnos, conviene recordar que las nubes no son vapor: están formadas por diminutas gotas de agua, cristales de hielo o una combinación de ambos que flotan en la atmósfera.


El agua es el regulador térmico por excelencia del planeta. Nubes, lagos, polos, océanos, acuíferos, pantanos, ríos y hasta simples charcos actúan como los humidificadores de la Tierra.


Tanto es así que hoy se reconocen corrientes de nubes que forman los bosques, conocidas como “ríos aéreos” y así se retro hidratan y mojan al planeta.


Si reflexionamos sobre este ciclo, surgen preguntas fascinantes: ¿cuántas veces hemos bebido la misma agua?, ¿hemos llorado la misma lágrima que alguien al otro lado del mundo?, ¿acaso hemos compartido las mismas moléculas que alguna vez bebieron Jesús, Buda o cualquier figura histórica?


Es muy probable que una sola molécula de agua haya formado parte de la primera vida en la Tierra. El agua es, sin duda, la base de la existencia: inseparable del aire y primer alimento de todo ser vivo al nacer.


Solo 1 % disponible para el ser humano


El 70 % de nuestro planeta está cubierto de agua, lo que equivale a unos 1.380 millones de kilómetros cúbicos.


Sin embargo, solo el 3 % es dulce y, de ese porcentaje, apenas el 1 % está disponible para el ser humano, pues el resto permanece atrapado en glaciares o en el subsuelo. Esta es la raíz de su escasez y de su inmenso valor.


Los glaciares concentran el 70 % del agua congelada del planeta. En Ecuador, es alarmante constatar que los seis glaciares han perdido más de la mitad de su masa en apenas 50 años, ya que un séptimo glaciar ya es extinto el Cariguayrazo dejo de tener nieves perpetuas hace menos de tres años.


Pese a ello, los gobiernos suelen priorizar la explotación de recursos -oro, cobre, carreteras, edificios- sin medir las consecuencias, mientras la población exige soluciones rápidas sin pensar en el mañana.

Los humedales de Cuenca y el Austro


En Cuenca y la región del Austro, donde no existen glaciares, el agua dulce proviene de humedales y lagunas de montaña. Estas fuentes están hoy gravemente amenazadas.


Aunque la gente celebra cuando se frenan proyectos mineros, pocas veces advierte que la expansión ganadera también destruye bosques y pajonales, ecosistemas que deberían mantenerse intactos.


El agua dulce es un “oro bebible” cada vez más escaso, y proteger sus fuentes debe ser una prioridad. El sistema que abastece a Cuenca y al Austro parece sencillo, pero en realidad es un complejo engranaje ambiental.


Los Andes, muy próximos al Pacífico, forman una muralla que atrapa la humedad evaporada del mar y la condensa gracias a bosques, pajonales y demás formas de vida.


Cada eslabón cumple un papel crucial: si uno se rompe, el sistema entero empieza a fragmentarse, como ya ocurre hoy.


Lo que no conocemos, no lo cuidamos. Por eso es urgente aprender cómo funciona nuestra casa común: la Tierra. De lo contrario, nos condenamos a vivir en condiciones ecológicas cada vez más severas. La naturaleza seguirá su ciclo, con o sin nosotros.


Unión hizo la fuerza en Cuenca


En Cuenca, la conciencia sobre la importancia del agua movilizó a miles de personas en protesta contra la intervención minera en Quimsacocha.


Desde la química, el agua es H₂O: dos átomos de hidrógeno y uno de oxígeno que, para quienes no somos científicos, parecen unirse milagrosamente para formar el líquido más exquisito del universo.


El hidrógeno positivo y el oxígeno negativo se atraen como amantes, dando vida al “divino líquido”.


En Cuenca, esta conciencia sobre la importancia del agua movilizó a más de 100.000 personas, que formaron un río humano en protesta contra la intervención minera en el ecosistema de páramo de Quimsacocha.


Allí existen tres lagunas, un humedal de más de 3.000 hectáreas y nacen al menos cuatro ríos fundamentales (Portete, Tarqui, Rircay y Yanuncay).


Es una zona tan sensible que constituye un divortium aquarum: el punto donde las aguas se dividen, unas hacia el Pacífico y otras hacia el Atlántico.


La unión hizo la fuerza. El 16 de septiembre de 2025, Santa Ana de los Ríos de Cuenca instauró lo que se conoce como el ‘Quinto Río’, conformado por niños, jóvenes, adultos y ancianos de todo el Azuay, con el apoyo de otras regiones e incluso de otros países.


Este ‘Quinto Río’ se autoconvocó sin líderes políticos. La presión ciudadana obligó a que autoridades y partidos se unieran al movimiento, aunque muchos intentaron aprovecharlo. Al final, la fuerza de la razón terminó por sepultar el proyecto minero Loma Larga. (O)

Por: Kabir Montesinos
kabirmontesinos@gmail.com
Especial para El Mercurio

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