Madre

Catalina Sojos

“Madre cariñito santo, ven alumbra mi existir/ sin ti mi vida es un llanto, sin ti no puedo vivir” cantan los borrachitos en las vísperas del día de la madre, en tanto la mujer aguarda estoicamente que termine la serenata para brindar el caldo de gallina; en otra esquina se desgañita Leo Dan con “todos tienen una madre, ninguna como la mía/ que arde como lucecita haciéndome compañía” y confesamos que jamás entendimos aquello de la lucecita… y es que los amores y ardores de una mujer madre han llenado nuestras nostalgias y se han cubierto de estereotipos. La madre como “reina del hogar” dio paso a la mujer profesional, oficinista, magíster y demás “experticias”; sin embargo, nos atrevemos a afirmar que cada mujer es un universo. Aquella de tacones altos que se embadurna con los olores de la cebolla, lava los platos y cosecha multas en los radares para llegar a tiempo; la misma que se muerde los labios e invoca a los dioses de la paciencia para ayudar con los deberes en la escuela; la que saca tiempo para comprar la plastilina, la franela y demás artilugios de las tareas manuales que envían los profesores y la que disimula la caricia en el pelo al hijo, ya formado. Es decir, la mujer y su esfuerzo, su heroicidad en el día a día; y es que cada madre es única y contiene una multitud de mujeres. Vaya para todas las madres biológicas y por decisión de amor nuestro abrazo fraterno, más allá de los estereotipos y el mercantilizado “día de las madres”. (O)