Muerte Súbita

Édgar Plaza Alvarado

El aumento de la tensión que vivimos por la disputa de Oriente Medio y EE.UU. nos devuelve el temor de un inevitable choque atómico que llevaría a todo el mundo a una catástrofe con consecuencias descomunales; los gobernantes de los países involucrados parecen no saberlo o ignorar que la energía nuclear no fue creada para el ser humano.
La primera bomba atómica construida por esta humanidad la hizo los EE.UU. de Norteamérica tras la sugerencia de un grupo de físicos que no vieron más allá de la nariz y que solo les importaba ganar como fuera y no la vida de cientos de miles de inocentes que sucumbieron instantáneamente como ocurrió con Hiroshima y Nagasaki.
Aquel artefacto costó miles de millones de dólares, tiempo prolongado, esfuerzos sobrehumanos. Se tuvo que construir una pequeña ciudad –junto al río que vertían desechos orgánicos y tóxicos, fruto del proceso de enriquecimiento del material radiactivo– para albergar tanta mano de obra laborable secreta que sin saberlo trabajaba en un ingenio de defunción instantáneo y masivo, que no discrimina. Asimismo, los científicos no estaban completamente seguros del encadenamiento explosivo: pensaban que, una vez iniciada la reacción, su combustión sería interminable y nada podría pararla, suposición en la que también se equivocaron.
En aquel tiempo se dijo que se la lanzó “para evitar más bajas estadounidenses”, pero ahora se sabe que fue como estrategia geopolítica, más como amedrentamiento para la Unión Soviética que se asomaba como un nuevo enemigo disfrazado.
Hoy pagamos el fruto de ese acto demencial porque los países poseedores de esta arma descomunal pueden suprimir la vida planetaria cientos de veces ya que se calcula que solamente entre Rusia, EE.UU. y China hay más de 20.000 bombas atómicas, sin contar con las de las demás naciones miembros del selecto club nuclear.
Esperemos que la cordura y tolerancia vuelva a los líderes mundiales para que todos podamos vivir siquiera un tiempo más en esta sardónica paz. (O)