Los recuerdos (IV)

Jorge Dávila Vázquez

Rincón de Cultura

A fines de 1969, Paco Ibáñez (1934), el más grande de los cantautores de su época, famoso mucho antes que todos los de su generación, deslumbró a un público joven, soñador y revolucionario, en el emblemático Teatro Olympia de Paris, con un repertorio de preciosas canciones compuestas por él, sobre inolvidables poemas españoles.
Vivíamos en Marsella, con mi esposa Eulalia, en 1970, cuando pudimos asistir a un concierto del artista en el Teatro del Nuevo Gimnasio, en el que derrochó, con esa voz suya envolvente y mágica, toda la riqueza de la lírica de España y toda la bravura de un espíritu intensamente libre como el suyo, aspecto este que habría de costarle la censura franquista en su país, hasta la muerte del dictador.
A nosotros, así como a la gente de nuestra época que pudo oír a Ibáñez, en sus mejores momentos, nos queda en la memoria y en el corazón la belleza de ese recital magnífico, integrado por más de una docena de composiciones inmortales. La tecnología nos lo devuelve íntegro, en alguna grabación, incluso con los aplausos y los comentarios de Ibáñez, les recomiendo buscar en Youtube, seguro les encantará.
Empieza el concierto con “Déjame en paz amor tirano” del poeta barroco Luis de Góngora. Sigue con un texto del Arcipreste de Hita, de una fuerza y un poder crítico de la religión que profesaba el sacerdote, que asombra; luego, la maravilla de la poesía de inicios del Renacimiento, las “Coplas” de Jorge Manrique, en la muerte de su padre. Cómo olvidar aquello de “Recuerde el alma dormida, /avive el seso y despierte, / contemplando, / cómo se pasa la vida, / cómo se viene la muerte, / tan callando…”. Y entre otras joyas, la “Serranilla” del Marqués de Santillana: “Moza tan fermosa non vi en la frontera/ como una vaquera de la Finojosa…”.
Textos familiares, muchos de ellos aprendidos en el colegio o en la lectura de alguna antología, poesía que es en sí misma música audaz, amorosa.
Y el espectáculo único de ese hombre que con voz y guitarra nos envolvía en su canto fue avanzando hasta llegar al siglo XX, con sus dolores, esperanzas, nostalgias, su bravura, como en ese poema de Gabriel Celaya: “La poesía es un arma cargada de futuro”; en que habla de una “Poesía necesaria/ Como el pan de cada día”. (O)