Los recuerdos (VI)

Jorge Dávila Vázquez// Rincón de Cultura

Algunos amigos se ríen y dudan de mi precoz afición al cine, pero la cierto es que mi diminuto cuarto de nuestra casa de San Blas estaba literalmente cubierto de fotos de actrices, recortadas de revistas, y yo solo tenía entre 12 y 13 años. Había logrado ver algunas de sus películas, en especial las de Marilyn Monroe, gracias a ese ángel que custodiaba la puerta de la galería alta del Teatro Cuenca, el inefable don Rigo, que felizmente no tenía espíritu de censor. Cierto que era edípico mi amor por esa rubia deslumbrante, un año mayor a mi madre; sin embargo, era de los pocos encantamientos que tenía un muchacho pobre y soñador.
Cuando tuve 15 años, en 1962, murió la rubia mítica, sumiéndonos en la desolación a sus “fans”.
Mariano Solano, Edmundo Maldonado y Rubén Astudillo me dieron a conocer la poesía de Ernesto Cardenal. El primero, tempranamente, los “Epigramas”, cuando trabajábamos en el Banco del Azuay, los otros en el Raymipamba, que merodeábamos los aficionados a la literatura, acercándonos a ellos “con temor y temblor”.
Edmundo me dio una hoja mecanografiada con la “Oración por Marilyn Monroe”, del extraordinario nicaragüense, poema que, devoto, copié en un cuaderno, para cumplir la consigna de devolver el pliego a su dueño.
Ahora que ese hombre magnífico e incomprendido por la Revolución Sandinista, en su ocaso, a cuyo triunfo contribuyó con su esfuerzo, como lo fuera por la Iglesia hace más de 30 años, ha pasado a la definitiva inmortalidad, han regresado todas estas imágenes a mi mente.
El poema es de una belleza extraordinaria, mezcla sutil de plegaria, con evocación y ciertos aspectos delicada y dolorosamente humanos de la súper estrella: “Señor/ recibe a esta muchacha conocida en toda la tierra con el/nombre de Marilyn Monroe/ aunque ese no era su verdadero nombre/ (pero Tú conoces su verdadero nombre, el de la huerfanita violada a los 9 años/ y la empleadita de tienda que a los 16 se había querido matar)/ y ahora se presenta ante Tí sin ningún maquillaje/sin su Agente de Prensa/ sin fotógrafos y sin firmar autógrafos/ sola como un astronauta frente a la noche espacial…!”
Cardenal no solo fue un gran poeta, era un ser humano dotado de honda comprensión de los seres humanos, sus iguales. (O)