El mudo y el delirante

Juan F. Castanier Munoz

Entiendo que para los abogados que se encuentran a cargo de la defensa de Daniel “el travieso” Salcedo y de Abraham Munoz, no debe ser nada fácil manejarse con semejantes evidencias en contra de sus defendidos. Muy cuesta arriba decidir sobre las estrategias a seguir y, prueba de ello, es que el abogado de Danielito, por ejemplo, anuncio en primera instancia que el paciente había despertado ya, que se acordaba “clarito” de todo lo sucedido y que iba a colaborar con alma, vida y corazón con las investigaciones de la fiscalía. A los dos días declara que su defendido ha perdido súbitamente la memoria y que únicamente se acuerda hasta las dos de la tarde del día martes 23 de marzo del 2016 y que, por tanto, si la fiscalía se encuentra interesada en datos después de esa fecha pues que la señora fiscal se digne consultar en las páginas amarillas. Actualmente se encuentra en vigencia, no se sabe por cuánto tiempo, una nueva estrategia que ya no es ni la de la colaboración con la fiscalía ni la de la amnesia, se trata del delirio, es decir, que para lo que convenga el acusado va a acordarse perfectamente hasta del último detalle y, para lo que no convenga, Daniel “el travieso” Salcedo va a ponerse a delirar, inmediatamente.

En el caso de Munoz, con semejante nombre bíblico, su abogado no ha estado dándose vueltas, y le ha aconsejado de una que en las indagaciones se acoja al derecho al silencio, más claro, que se declare mudo. No estamos entonces, muy lejos de la verdad, cuando en el nauseabundo caso de los latrocinios en los hospitales públicos, concluyamos en que contamos con dos peces gordos detenidos, el uno potencialmente delirante y el otro oficialmente mudo.