Solidez de un estado de derecho

Hernán Abad Rodas

OPINIÓN|

Ningún sistema de justicia del mundo es infalible, aunque existen naciones que pueden presumir de tener sistemas judiciales confiables.

Por el contrario, las dictaduras y tiranías, por más que intenten simular o disfrazarse de democracias, se descubren fácilmente por el dominio, control y manipulación que ejercen sobre sus jueces y tribunales.

La solidez de un Estado de derecho se mide, entre otros factores, por la independencia y confiabilidad de su sistema judicial. Sin embargo, en las democracias de apariencia más sólida y de institucionalidad a prueba de fuego, los vicios de la justicia pueden convertirse en su talón de Aquiles.

La justicia lamentablemente nos ha sido negada desde el principio de la historia de la humanidad. Ahora veo  que la injusticia une nuestro presente al pasado y al futuro, la justicia mal administrada es como veneno inyectado por negras víboras salidas de las cavernas del infierno; este veneno parece fresco como el rocío, razón por la cual, el alma sedienta de justicia de los pueblos desesperados por el hambre y la miseria, con la esperanza de días mejores, con sus rostros bañados en sangre y lágrimas, la beben con avidez, pero una vez que se han intoxicado, caen enfermos y mueren con una lenta agonía.

La justicia tiene sus misterios; pero lo que no es un misterio de la justicia, es el hecho de que concedamos muerte y prisión a los pequeños delincuentes, mientras se otorga honor, riqueza y respeto a los mayores piratas, déspotas, corruptos y cínicos de toda índole.

El ser humano se ha encadenado a sí mismo a las rudas argollas de las leyes injustas de la sociedad que él ha querido. Nos hemos acostumbrado a vivir bajo las leyes corruptas hecha por los hombres, hasta el punto de no comprender el sentido de las leyes superiores y eternas.

El poder político autodenominado “revolucionario” que fue dirigido por el capo Correa, un falso y corrupto caudillo mesiánico, cavó una tumba profunda en la que sepultó el corazón de los ecuatorianos, y aún mantiene cautiva a la justicia, impidiendo que ésta alce la vista hacia el sol, para que no vea la sombra de su propio cuerpo entre cráneos y espinas. (O)