Prelibertad, corrupción y comisión

A pocas horas de recordarse el Día Internacional contra la Corrupción, la Justicia concede el régimen semiabierto a Ricardo Rivera, sentenciado en 2017 a seis años de cárcel por asociación ilícita.

Él fue condenado por ser parte de la trama de corrupción hilvanada en Ecuador por la empresa Odebrecht para obtener millonarios contratos, e incluso coimar a fin de conseguir la anulación de glosas determinadas por la Contraloría General del Estado.

Por aquel mismo delito purga una condena el sobrino de Rivera, el exvicepresidente Jorge Glass, quien, jurídicamente, lucha por beneficiarse de la acumulación de penas y recobrar la libertad. Pues él está sentenciado por otras causas, asimismo ligadas a la corrupción, en tanto espera otras.

Rivera cumplirá el resto de su condena en su casa, cumpliendo otras disposiciones del juez.

Para el común de los ecuatorianos, si bien la Justicia tiene su marco legal, decisiones como la anotada no dejan de causar desaliento, desconfianza, incluso pérdida de fe en la democracia; y peor si los beneficiarios de las millonarias coimas de Odebrecht “se quedan con el santo y la limosna”.

Rivera, vale recordar, fue el enlace para recibir USAD 13,5 millones en sobornos a favor de su otrora poderoso sobrino, cuyo silencio sobre la trama corrupta durante el gobierno correísta debe ser pesado yugo sobre sus hombros; u otros le implorarán no abrir la boca y hacen lo imposible para verlo libre así sea con grillete.

Entonces, no deja de ser una ironía recordar el Día contra la Corrupción y ver en semilibertad a un condenado por este delito, mientras otros están prófugos.

Como corolario, el presidente Guillermo Lasso creará una Comisión Anticorrupción, contraviniendo su ofrecimiento de pedir apoyo a la ONU y crear una Comisión Internacional contra la Impunidad, tal como procedió el gobierno de Honduras.

Es más – ¿otra ironía? – de la Comisión anunciada por Lasso serán parte funcionarios de su gobierno; es decir, quienes deben ser fiscalizados y rendir cuentas. Entre gitanos jamás se leen las manos. (O)