Males del poder

Juan F. Castanier Muñoz

Cuando una persona asciende en la escala de sus aspiraciones particulares, trátese de un actor cinematográfico, una cantante, un pintor, un empresario, un jugador de fútbol, de tenis o un líder político, corre ciertos riesgos; es decir, estos ascensos a posiciones estelares dentro de su actividad, vertiginosos a veces, no están exentos de complicaciones y, a veces, aún peligros. Pero uno de los males frecuentes y, por ello, a lo mejor más notorios, es el del “mareo por la altura”, que resulta metafórico, pero es real. El cuadro se caracteriza porque el personaje que lo padece empieza a presentar ciertos signos como hablar de manera rasgada y elevando el tono de la voz; eleva la frente, el mentón y el pecho al hacerlo; respira profundamente antes de dar órdenes o atacar a un presunto enemigo. Más tarde pierde la sencillez, aún sus más íntimos reconocen los cambios, no acepta sugerencias y, peor, consejos; comienza a elevarse y sus pies flotan sobre el suelo. Finalmente, le sobreviene una “autoritaritis” galopante; no hay leyes ni disposiciones que se contrapongan a sus decisiones; reza todas las noches “después de mí el diluvio” y sus amigos y simpatizantes adquieren, ante los ojos del nuevo Júpiter, el carácter de súbditos.

Tengo la idea que a la alcaldesa de Guayaquil “le ha dado este mal”. No de otra manera se explica lo de la orden para invadir con vehículos municipales el aeropuerto internacional de “la Perla” e impedir el aterrizaje de un vuelo humanitario que venía desde España; el declarar que “con ley o sin ley”, la cara y los nombres de los presuntos delincuentes detenidos serán mostrados en las pantallas de la televisión; y ahora, el arremeter, a punta de carteles de clausura, a los planteles educativos que, cumpliendo las órdenes del Ministerio de Educación, su superior natural y legal, habían abierto las puertas para que los estudiantes, cuyos padres lo acepten, puedan asistir a clases de forma presencial. Una vez más, el “mal de altura” de la alcaldesa crea un conflicto, más propio para un “país del guineo” que para una urbe respetable, como la porteña. (O)