Fecha gloriosa

Alberto Ordóñez Ortiz

El Día Internacional de la Mujer, abre en perspectiva un amplio conjunto de interrogantes, entre las que cobran inusual vigencia –entre varias más- las siguientes: ¿En qué momento de la historia nació la lucha por la igualdad de género? ¿Quién fue su autora o autor? Las respuestas señalan que, en 1909, en el Congreso de Mujeres socialistas efectuado en Copenhague y por moción de Clara Setkin, lideresa de jerarquía mundial, se proclamó el 8 de marzo como el Día Internacional de la Mujer, fecha que se constituyó en convocatoria para la lucha contra su desigualdad, violencia de género e irracional discriminación. 

Ahora bien, desde una perspectiva estrictamente personal, estoy firmemente convencido que la igualdad de género nació y se proyectó cuando por encima de los siglos, la figura de Jesús de Nazaret, descomunal e inalcanzable, se elevó sobre todas las voces y, frente a la enloquecida turba de hombres y mujeres que pretendían lapidar “a la mujer sorprendida en adulterio” escribió sobre el volandero polvo: “quien esté libre de culpa, que tire la primera piedra», desbandando de inmediato a la turba y posesionando con extrema sutiliza la idea de la paridad entre féminas y varones. 

La admonición y reprimenda que en el escabroso caso aplicó Jesús al tema de la culpa, ubicó en idéntico nivel a unas y otros, porque ambos estuvieron dispuestos a la cruel e infame lapidación. Con ese reconocimiento, Jesús inauguró la igualdad de género por primera vez en lo que va de la historia, acción que, por su magnitud, resuena y resonará inmutable sobre el tiempo. 

Por lo demás, el 8 de marzo, es un día de gloria para la humanidad, pues está dedicado a la mujer, a su plural inteligencia que domina en abanico todas las expresiones del pensamiento, como a su indoblegable espíritu de lucha que se va imponiendo con su luminosa impronta y, desde luego, a la inefable belleza que destila a su paso y que, hizo que el poeta dijera: “Me quedó con el terremoto de tu cintura,/ con las naranjas maduritas de tu boca,/ con el vino a flor de tus caderas,/” “…Por verte,/ una peineta de golondrinas se enreda a muerte con la tarde,/ y gira en círculos eternos,/ con tal de no perderte de vista”/ De no perderte de vista.  (O)