Quejosos y quejudos             

Claudio Malo González

Me duele la muela, demoran la entrega de algo, la calle tiene demasiados baches, mi hijo se quedó suspenso, mi sueldo es muy bajo, son quejas de la vida cotidiana cuando aparecen molestias reales o imaginarias. La queja es normal y con frecuencia justificable, ya que comunicar molestias para aliviar tensiones es saludable. No todas las personas se quejan con la misma frecuencia, hay algunos que lo hacen demasiado y merecen el calificativo de quejosos, lo que ni de lejos es una galantería

Es frecuente que la queja tenga el propósito de molestar e incluso atacar a personas e instituciones como ocurre en la vida estudiantil de colegios y universidades; más que desahogarse sanamente o buscar soluciones, la intención es agredir a los involucrados, al margen de si hay o no fundamento. Quienes así actúan, más que de quejosos se ganan el calificativo de quejudos, que indirectamente se emparenta para la palabra que empieza con “c”, ya que el fastidio se convierte en un estilo de vida que de ninguna manera contribuye a la armonía y bienestar deseados. Si sus intenciones son positivas o negativas, es harina de otro costal.

En la vida política la tendencia quejudesca es demasiado frecuente. Es constructivo que en una democracia haya oposición, pues esencial al gobernante es tomar conciencia y corregir errores. Ante la incapacidad de encontrar razones consistentes para oponerse a algo, lo más cómodo es la agresión verbal, lo que pretenden dé mayor credibilidad y firmeza a sus “argumentos”.

El quejudo, más que el bienestar del país busca la exaltación de su ego. Es lamentable que, en países del tercer mundo, este estilo parece tener más éxito que el deseado. Ni de lejos el nuestro es una excepción. (O)