Recuerdos de Moscú

Tito Astudillo y A.

La guerra entre Rusia y Ucrania, más allá del dolor de la tragedia humana, también aviva recuerdos de unos inmensos días en Moscú, visitando la ciudad con el ritmo esperanzador de Katiusha, la oda al amor en el frente y la eterna espera del retorno: /canción, canción de la doncella/ vuela sobre el sol radiante/ y al soldado en el lejano frente / llévale el saludo de Katyusha /, y pensar que, en ese lejano frente, hoy se enfrentan dos pueblos que caminaron juntos mucha historia.

Y recordamos el monumento al Cerco de Moscú, el de los “tres erizos”, imponente aspa de tres cuerpos de piedra, hierro y hormigón, que rememora la batalla de diciembre de 1941, que frenó al ejército alemán y cambio de dirección la Segunda Guerra Mundial, “Con lo grande que es Rusia no podemos retroceder, detrás está Moscú”, había sentenciado el comisario rojo y se inmolaron para acabar con el mito hitleriano de la armada invencible y su guerra relámpago. El monumento a Yuri Gagarin, una imponente estela de titanio de 40 metros rematado por la escultura del astronauta que se pierde en el cielo moscovita. El Metro de Moscú, museo subterráneo, palacio, biblioteca y refugio, que mueve millones de pasajero en un día, y tantas leyendas contadas como, que el diseño de su traza fue marcado por la mancha de la taza de café que distraídamente Stalin dejó sobre los planos y obligó cambios en el diseño. El fabuloso teatro Bolshoi, sinónimo de excelencia y totalidad escénica. El soñado Circo de Moscú y la fraternización con los obreros que nos cedieron sus entradas. Hotel Cosmos, recién inaugurado para los Juegos y el río Moskova, emblemático y apacible. La Catedral de San Basilio, las iglesias del Kremlin y el mito del ateísmo en un pueblo profundamente creyente.

No es fácil entender que, dos pueblos hermanados por una vecindad geográfica y una historia de siglos recorridos juntos, con grandes guerras incluidas, se encuentren enfrentadas en una nueva guerra, con todo el dolor y desolación que significa. (O)