El hombre y el lobo

Edgar Pesántez Torres

En alguna ocasión hablábamos con un apasionado religioso católico y le expresaba que sería de gran utilidad defender nuestro credo acercándonos al pensamiento de clásicos de la teología, así tendríamos mejor conciencia y convicción de la fe. Además, aleccionarnos por hermeneutas del cristianismo y no aceptar ciegamente los ritos y mitos antiguos, impuestos por mortales en nombre de Dios.

Muchos vivimos en conflicto de fe, pese a haber sido formados con principios religiosos. Cuando nos inclinábamos por el escepticismo, recibimos una exhortación de un pensador español que aconsejaba leer y reflexionar los escritos de G. K. Chesterton a inicios del s. XX, británico que además de filósofo cultivó varios géneros literarios con deslumbrantes ideas y claridad expositiva.  

Fuimos instruidos en la teoría evolucionista de Ch. Darwin por profesores y líderes que les interesaba CONSCIENTIZARNOS en el comunismo y el ateísmo. Hoy nos hemos acercado al catolicismo al escuchar voces clarividentes y leer obras como las del autor señalado, que hacen CONCIENCIARNOS en la fe y el cristianismo, sin perjuicio de renegar actitudes y acciones desde El vaticano hasta por síndicos de aldeas.

En El Hombre Eterno, Chesterton dice que todo es especulación y lo que hay de realidad es un misterio de transiciones tanto en el origen del universo como en el origen de la vida, que ningún filósofo los niega. “El hombre no es mero producto de la de una evolución sino más bien de una revolución…”  “… no existe de hecho ni sombra de evidencia de que la inteligencia fuera producto de ninguna evolución en absoluto. Ni existe el menor indicio de que esta transición se produjera lentamente o incluso de que se produjera de forma natural…” Esto hace pensar en Dios, más cuando la vida presenta realidades que no explica la ciencia sino el misterio que encierra.

Una anécdota misteriosa para cerrar: Cuando un lobo, luego de una larga y cruel pelea pierde con su contrincante, muestra su yugular ofreciendo su vida. En ese momento pasa algo misterioso, el triunfador se paraliza y abandona al derrotado. En la misma circunstancia el hombre liquida sin atenuantes al vencido. Los ADN de las dos especies son diferentes y reniegan de una evolución, coincidiendo más bien por una revolución. En lobo ganador recuerda que su especie es más importante que el placer de eliminar al contrincante; en el hombre, la cosa es al revés. ¡Eh ahí otro misterio! (O)