Democracia de caudillos

Hernán Abad Rodas

La democracia no es sólo una forma de organización política y una modalidad de gobierno, sino además, una cultura de vida que se basa en el reconocimiento de la dignidad humana, en el compromiso con la libertad y con el derecho de todos los ciudadanos a participar en las decisiones gubernamentales a través de sus representantes.

La democracia ecuatoriana lleva muchos años sin funcionar adecuadamente, la mayoría de los partidos políticos, se convirtieron en grupos personales guiados por un demagogo que ganaba adhesiones y despertaba entusiasmos, no por sus ideas, sino por su poder carismático.

Un discurso consistente reiterativo y primario, ha transformado el Estado de Derecho en una “mentira institucional”. La propaganda ha vendido exitosamente la mentira.

El escenario en el que vivimos inmersos indica que ya hemos tocado fondo, y que es el momento, no sólo de comentar la noticia, sino que es preciso, ir más allá de la crónica roja, pensar en los errores y en el sistema problemático y perverso que han construido los partidos políticos y los populistas; hasta hacer del Estado un artefacto que no sirve a los fines de la sociedad en general, y que sólo es útil para el ejercicio de la política, entendida como conquista, usufructo del poder y oportunidad para el enriquecimiento lícito o ilícito.

En el Ecuador y en América Latina, lamentablemente tenemos una “democracia de caudillos”, y no una democracia institucional. La historia está llena de estos personajes. Ellos han hecho de los países, espacios de poder personal, fundos sometidos a la voluntad de sus jefes y de sus cortesanos, llegando a inaugurar verdaderas dinastías familiares.

Algunos ejemplos de lo anteriormente mencionado son: Los Castro en Cuba; Perón, Evita y sus sucesores en Argentina; Ortega y su esposa en Nicaragua; Chávez, Maduro y sus herederos en Venezuela, Trujillo en la República Dominicana, y un largo, funesto y trágico etcétera.

La memoria reciente de nuestro país ilustra a cabalidad la tendencia a convertir al Estado, en instrumento de un caudillo, en laboratorio de pruebas de un proyecto fracasado, en espacio de dominación de un grupo de corruptos VERDE-FLEX, al mando del tenebroso capo Correa.

En toda su acción el político debe fundarse en la verdad y honestidad, pues en el momento en que intenta engañarse a sí mismo o engañar al pueblo, pierde los títulos que le facultan como un líder, honesto y democrático.

Los gobiernos pasan, las dictaduras acaban, los tiranos desaparecen, pero los ciudadanos quedamos y somos quienes vivimos y escribimos la historia.  (O)