Más democracia

El deceso de Fernando Villavicencio, aspirante a la presidencia y figura política distinguida, se inscribe en un contexto político de una elevada sensibilidad. No solo añade a la estadística de fallecimientos violentos que infunden temor en todo el territorio, sino que ha de ser interpretado como un golpe infligido a los cimientos de la democracia. Este desafortunado suceso demanda únicamente una respuesta: más democracia.

La virulencia en el ámbito político y social es una secuela palpable de la disminución de la presencia del Estado en los ámbitos de control y seguridad. Lugares que han sido usurpados por agrupaciones delictivas que no solo han acaparado el dominio y el poder, sino también la vocería. Los Lobos, los Choneros, alias “Fito” y otros, se dirigen al país con mayor autoridad y firmeza que las cadenas de la Presidencia de la República. Sin embargo, a pesar del ruido comunicacional y el escalamiento de la violencia, la respuesta social debe ser más democracia.

Al proclamar que “no vamos a ceder ante el crimen organizado, aunque esté disfrazado de organización política”, el presidente Lasso, de hecho, contribuye a la polarización perjudicial en un entorno social tan delicado. Las circunstancias políticas que envuelven este acto de magnicidio exigen soluciones que sean igualmente políticas y técnicas. La erradicación de la violencia precisa de una estrategia estructural, delineada en un plan de acción que se base en hechos y no en opiniones. El rol desempeñado por aquellos en posición de autoridad debería fomentar un diálogo político que facilite la deliberación y el contraste de ideas. Tal empresa no se consuma mediante insinuaciones maliciosas desde la esfera de poder, ni tampoco a través de los canales de las redes sociales.

La máxima expresión de la democracia se manifiesta en las urnas. Sin embargo, es responsabilidad personal acudir a ellas bien informado y con la seguridad de haber contribuido al debate público y sereno de propuestas. Por lo tanto, los discursos impregnados de odio, las imputaciones y las sugerencias de culpabilidad en momentos de tan alta sensibilidad, como los que prevalecen en la actualidad, únicamente sirven para contaminar un ambiente que debería hallarse saturado de ideas enriquecedoras. La democracia se robustece por medio de un diálogo que honre las discrepancias, que evite las acusaciones desprovistas de fundamento y que convoque a una coexistencia política y social basada en la tolerancia y el respeto mutuo.