¿Somos o nos hacemos?

David G. Samaniego Torres

Los días avanzan. La mecánica del tiempo carece de discernimiento. Nuestras horas largas y nuestros días interminables, en realidad, no son otra cosa que polvo en los caminos del tiempo. No sé desde cuando nos hemos acostumbrado a sobrevivir. Lo que sí sé es que de un tiempo atrás, bastante largo, vengo haciéndome igual cuestionamiento sin recibir la respuesta deseada. El día de hoy dista mucho en parecerse a los días de nuestros ayeres, lejanos ya. En este irse demasiado a prisa de nuestras jornadas diarias ya no quedan momentos para la reflexión, para el cotejamiento de épocas, para saborear las últimas gotas del elíxir de nuestras existencias. Somos indiferentes por múltiples motivos. En algunos rincones patrios se están perdiendo costumbres y los valores de antaño defendidos con bravura se convierten en pócimas insípidas, sin sabor a tradición.

Me he propuesto escribir sobre este tema por última vez. Quedan por suerte otros temas más gratos y es posible que entre ustedes y yo encontremos vestigios de esperanza y podamos seguir creyendo en la vida, con la ayuda de Dios. Consigno mis temores para enarbolar banderas de esperanza, me refiero a percepciones personales que ocupan posiblemente esperanzas latentes.

Nos rodea un peligroso ambiente de exagerada superficialidad, es decir, no pasamos de la cáscara, nos quedamos en la epidermis de los acontecimientos sin averiguar porqués, ni de dónde, peor para qué. Hemos pedido la tranquilidad para volver sobre nuestros resquemores, para analizarlos y entenderlos.

Los medios de comunicación que nos llegan con velocidad, digna de mejor suerte, se han adueñado de nuestras voluntades y de nuestra mente. No existen horas vacías para la reflexión porque todos nuestros minutos pertenecen a quienes tienen como oficio y beneficio el llenar nuestras mentes con lo que tal vez pudo haber sido y probablemente con aquello que será. Este bombardeo alegre de los medios llena sus bolsillos, pero también infecta nuestras mentes y voluntades porque nos han convertido en sus siervos, en sus esclavos, en sus consumidores.

Cuando pienso sosegadamente en mis parientes y amigos más cercanos a mi vida hallo conductas que me preocupan, quizá sin razón para ello. Hemos perdido la capacidad de analizar causas y efectos. Las conjeturas, las hipótesis, los tal vez y también los ‘a lo mejor’ forman parte de la filosofía que repleta nuestras mentes. ¿Podemos, en este clima, comprender nuestra debacle política? (O)