Dignificar la política

Las entidades del sector público no deben ser “agencias de empleo”, peor juntas de beneficencia para otorgar contratos, como los de consultorías por ejemplo, sin ser estrictamente necesarias, a favor de coidearios o amigos; o inventarse cargos con este mismo fin.

Pero, lamentablemente, eso siempre ha ocurrido y sigue ocurriendo.

De nada sirven las promesas cuando en campaña electoral, los aspirantes a alcaldes, prefectos, concejales, asambleístas, aun a la presidencia de la República, hasta juran no caer en esos vicios de la mala práctica política. Y la gente los cree.

Ya en el cargo hacen todo lo contrario. En el caso de los entes seccionales, a pretexto de autonomía financiera, incurren en los mismos vicios, a veces sin siquiera esconder las apariencias.

Aprovechar, por ejemplo, el cargo de concejales para ubicar a sus familiares es falta de decencia política, de incoherencia; más bien de oportunismo, de influenciar y hasta de exigir.

Peor todavía si para lograr esos apetitos burocráticos la entidad nominadora, acaso se ve obligada a inventarse cargos con onerosos sueldos.

Por eso, como lo expresa el clamor popular, hay secretarias de las secretarias, asesores de los asesores, coordinadores hasta para ver si funciona o no el escritorio del único coordinador. En fin.

Los organismos seccionales deben estar repletos de resultados de consultorías, aun sobre aspectos irrelevantes, pero a cambio altos costos económicos, únicamente para quedar bien con el directivo del partido o movimiento, con el financista de la campaña, o con los amigos.

Más peor es cuando, descubiertas esas malas prácticas, salen a defender lo indefendible, sin siquiera sonrojarse, y hasta amenazan, vía judicial, a quienes osan ponerles ante el ojo del escrutinio público.

Los políticos, no todos por su puesto, están lejos de dignificar la política; al contrario la embarran y le vacían de su real significado.