El buen juicio al momento de expresarnos se perdió hace tiempo atrás y es el ámbito mediático en donde mayormente se manifiesta dicha conducta. Con la libertad de expresión se perdió también la mesura y la más mínima afectividad; y, a la par nos volvimos fieros jueces ante aquellos con diferente ideología, culto y demás.
A menudo me cuestiono respecto al por qué nos creemos más de lo que en realidad somos, si solo nos limitamos a estigmatizar al otro desde nuestra privilegiada y sesgada posición, forjando un egocentrismo tan prehistórico que da cuenta de la vetusta capacidad mental.
Ahora bien, la libertad de expresión exige de una declaración abierta de revelaciones y percepciones que deben hacerse con absoluto conocimiento de causa a fin de evitar mancillar la honra de alguien y su familia y con ello de arriesgar la sinergia comunitaria y social; no obstante, lo que vemos desde la omisión, miedo o complicidad es muestra del ausente “espíritu de cuerpo” en torno a la participación y exigibilidad.
Entonces, si todos estamos convencidos de ser jueces, al menos rescatemos la credibilidad con la que muchos notables de años atrás adoctrinaron desde sus palestras. Como parte de un universo social, también halamos nuestra responsabilidad. Lengua mata moral. (O)