Resulta vergonzoso que en pleno siglo XXI tengamos que preguntarnos antes de emprender un viaje desde Cuenca si la vía que deseamos tomar está abierta, y ¡más vergonzoso aún, que con alarmante frecuencia la respuesta sea negativa! La mala vialidad crónica que sufre el austro ecuatoriano va en realidad más allá de la vergüenza, y ya sea debido al mal clima, mala gestión, fallas geológicas, indiferencia de las autoridades y robo descarado, o a todas estas causas y algunas más, la verdad es que con absurda frecuencia Cuenca se convierte en un destino literalmente inalcanzable.
El psicólogo estadounidense Martin Seligman en la década de 1960, a través de sus investigaciones sobre la depresión en animales propuso la teoría de la resignación aprendida, en la que sugiere que cuando los seres humanos experimentan situaciones negativas que no pueden controlar, pueden desarrollar una actitud de resignación. Esto significa que, aunque la situación sea mala, la persona termina aceptándola como inevitable e inmutable. Algo parecido a lo que sentimos cada vez que deseamos viajar a Guayaquil y la vía por el Cajas está cerrada, por lo que debemos viajar por Cañar, o las largas esperas que sufrimos cuando viajamos por el Cajas y la vía circula solamente en una dirección debido a escombros o arreglos, llega un punto en el que asumimos que las malas vías son una realidad inevitable en el austro ecuatoriano y nos resignamos a ella.
Un viaje a Yunguilla, o peor aún, a Machala resulta ser una aventura de alto riesgo para la que necesitamos una “nave espacial” capaz de sortear los muchos cráteres del camino y se convierte en un deporte extremo al que nos hemos resignado a practicar a fuerza de repetición, y aparentemente también de resignación. (O)
@ceciliaugalde