Pues sí, amables lectores, la verdad es que entre una mezcla rítmica de tango argentino y joropo venezolano, las autoridades de estos dos países hermanos, confabuladas hasta el tuétano, se acaban de llevar del Ecuador, clandestinamente y en una acción casi cinematográfica, a María de los Ángeles Duarte, sentenciada a prisión por actos de corrupción en el gobierno de la década bailada; más claro, fue la persona encargada de la “recolección” de sobornos para la financiación de las campañas del correísmo. Duarte se encontraba, desde hace dos años, asilada en la embajada argentina, en Quito.
Por el bochornoso e inédito acto, el gobierno ecuatoriano ha declarado persona no grata al embajador argentino y le ha ordenado que salga del país. Según el canciller ecuatoriano, Juan Carlos Holguín, se presume la intervención de funcionarios diplomáticos argentinos y venezolanos para consumar la vergonzosa fuga del país de la exfuncionaria correísta, pues, según informaciones no oficiales, Duarte se encontraría al momento alojada en la sede de la embajada argentina en Caracas.
Es una pena que el par de mediocres que hoy gobiernan Argentina y Venezuela enancado, el primero, en el peronismo y, el otro, en el chavismo, en nombre de una solidaridad ideológica, que debe poner colorado a cualquier socialista honesto, hayan provocado el enfrentamiento entre pueblos históricamente fraternos, al posibilitar la fuga, no de una “perseguida política”, sino de una rea de la justicia ecuatoriana.
Los encuentros multilaterales constituyen escenario inmejorable para que estos líderes de papel se llenen la boca hablando sobre la lucha contra la corrupción, los esfuerzos comunes contra la delincuencia, las cruzadas por la honestidad y el respeto a la ley; pero, llegada la hora de poner en práctica los enunciados, priman entonces los acuerdos truchos, los arreglos tras bastidores, las ofertas de reciprocidad y los compromisos entre trúhanes. Ojalá algún día los ecuatorianos nos enteremos de la verdad sobre el itinerario y los pormenores de la fuga de Duarte. Estoy seguro que nos quedará entonces, un maloliente recuerdo. (O)