No se inquieten por el título de estas líneas. No se trata de un comentario deportivo. Quiero narrarles una página de mi vida, algo que llevo conmigo desde hace décadas, algo que a todos les pudo pasar o, quizá, les pasó. Se trata de una anécdota en la cual soy protagonista, juez y parte.
Fue hace cerca de siete décadas. Residía yo en Quito como integrante de las huestes salesianas y me hallaba en el barrio de La Tola, en el Colegio Don Bosco, hermoso centro salesiano de formación escolar y colegial. Esos años eran muy especiales, sobrellevábamos problemas, buscábamos soluciones y las encontrábamos. Lo que estoy para narrarles debe ser totalmente nuevo para muchos de ustedes. Les pido una regresión en el tiempo y también, un poco de fantasía.
En esos años el Don Bosco, así se lo denominaba, tenía cabida para ciento veinte internos, me refiero a los estudiantes que procedían de provincias en las que no había buenos centros educativos. De Manabí era la mayoría. Los demás de Latacunga, Guayaquil, Riobamba e inclusive, de algunos pueblos cercanos de la provincia anfitriona, Pichincha. Para entender esta solución al requerimiento educativo señalado, es menester comprender cómo se vivía en esos años, cuáles eran las deficiencias y las ventajas también. Bueno, pero esto nada tiene que ver con el Aucas y quien escribe estas líneas. Al grano entonces.
¿Qué hacer los fines de semana con ciento veinte o más internos? ¿Con qué entretenerles? ¿A dónde llevarles? Una de esas ingeniosas soluciones era conducir a esos niños y adolescentes al Estadio cuando había algún partido de interés para ellos. Aquí viene el meollo de este relato.
La gran mayoría de internos eran costeños: Emelec y Barcelona estaba en sus labios, el resto de equipos no existían. ¿Mi actitud? Como eventual respuesta de coyuntura yo debía apostar a un equipo diferente para crear una sana rivalidad. Aucas fue mi elegido, ídolo quiteño en sus buenos y malos momentos. Recuerdo con cariño, pese a los años de distancia, las consecuencias de mi época ‘auquista’. Hasta hoy permanecen esos recuerdos de unos hermosos días que el tiempo se los llevó.
Mis exalumnos, amigos cercanos y vecinos conocen este episodio; un buen día me regalaron una Gorra y la Bandera del Aucas que las tengo en mi estudio, con cariño. Una minucia llena de trascendencias. ¡Eso somos! (O)