Cuando resta menos de un mes para asumir sus funciones, a los prefectos y alcaldes electos no les vale mucho quejarse de la situación financiera de Municipios y Consejos Provinciales.
Las “cuentas claras” son un espejismo. Se las descubre cuando inicia la hora de administrar. Sobreviene la realidad, por lo general adversa para comenzar a cumplir las ofertas de campaña, en especial las hechas para ganar sea como sea.
En el caso de Cuenca, el alcalde electo Cristian Zamora se topará con un Municipio supra endeudado, si bien dentro del límite establecido por la ley. A los créditos conseguidos por burgomaestres anteriores, debe sumarse los cerca de USD 125 millones obtenidos por la administración de Pedro Palacios: 77 millones con la CAF; 48 con el BDE. La deuda sobrepasa los USD 260 millones.
Parte de esos préstamos se ha invertido en vialidad. Con la otra, la nueva administración deberá acometer las obras planificadas, pero no ejecutadas por Palacios, entre ellas un mercado mayorista, otro en El Cebollar, y la rehabilitación de la pista del aeropuerto.
Zamora se ha comprometido a construir esas obras. Hacerlas no va con personalizar a una autoridad en particular. Al final, quienes las pagan son, como siempre lo ha sido, los cuencanos.
El alcalde electo reconoce no poder endeudar más a la ciudad. Esto pondrá a prueba su capacidad de gestión, su visión gerencial para administrarla, y con ello conseguir dinero en otras fuentes para cumplir sus ofertas. Entre ellas, construir tres hospitales municipales y un mercado en el sector rural, clave para su triunfo ajustadísimo.
Ha hecho pública su preocupación por la situación financiera de las empresas municipales. Por ejemplo, ETAPA EP no ha podido invertir USD 70 millones para construir la planta de tratamiento de aguas residuales. No obstante, paga un “castigo” por no usar este crédito.
Según Pedro Palacios, las finanzas municipales quedan en orden; con “solvencia moral y económica” para asumir los retos, más USD 3 millones en caja. La ciudad le toma la palabra.
La realidad económica, nunca equiparable con las necesidades populares y menos con las ofertas de campaña, constituye un dolor de cabeza para las autoridades electas ni bien cogen el timón del mando.