En cualquier país la salud de un Presidente de la República es asunto de interés público, de Estado.
En tal contexto, la del presidente Guillermo Lasso, en especial en los últimos meses, es motivo de preocupación, cuestionamientos y elucubraciones.
Los quebrantos son recurrentes, obligándolo a suspender su agenda de trabajo, como lo ocurrido este fin de semana, cuando debía presidir las reuniones del Consejo de Seguridad Pública y del Estado.
Nadie está libre de sufrir tales quebrantos, mucho menos un jefe de Estado, sometido a un agobiante estrés, a desordenes alimenticios, a todo tipo de presiones, casi siempre desencadenantes de enfermedades.
Siendo candidato, Lasso debió caminar con bastón como consecuencia de una impericia médica al ser operado de la columna vertebral. Ya en calidad de presidente, fue intervenido en Estados Unidos para extirparle un quiste lumbar.
Por dos veces se contagió de Covid-19. En julio de 2022, en aquel país se le extrajo un melanoma localizado en el párpado inferior derecho.
En febrero de 2023 fue intervenido quirúrgicamente por una fractura en el peroné izquierdo. Tras pocos días de reposo retomó sus actividades, sin lucir siquiera un vendaje, aunque sí una andadera. Esto despertó una andanada de elucubraciones.
Y el quebrando sufrido el sábado anterior. Lasso, según informó la Secretaría de Comunicación, registró un cuadro de fiebre al finalizar una entrevista. En el Hospital Militar le diagnosticaron infección urinaria.
El estado de ánimo, la capacidad de reacción, sobre todo las continuas enfermedades, proyectan una imagen presidencial sin mayor liderazgo, de debilidad; y son fuentes para toda clase de comentarios, algunos hasta díscolos.
Confirman también el personalismo de Lasso al no delegar funciones, por ejemplo, al vicepresidente Borrero, justo cuando debía analizarse asuntos atinentes a la seguridad, el principal agobio de la gente.