El Ecuador y el austro en particular ha vivido y seguramente seguirá viviendo olas migratorias, y más allá de analizar sus causas y consecuencias, es preciso anotar que la migración es una decisión personal y compleja que implica dejar atrás lo familiar y enfrentar lo desconocido, muchas veces tomando grandes riesgos personales en el proceso, riesgos que son difíciles de comprender si no se tiene clara la situación personal de quien decide enfrentar los desafíos y las incertidumbres asociadas con el cambio de país, así como el adaptarse a una nueva cultura, entorno e idioma.
Realizar grandes cambios en nuestra vida no es fácil, como William Bridges en su libro Managing Transitions: Making The Most Of Change (1991) manifiesta, cualquier cambio importante implica una transición psicológica, y quien se muda a otro país se enfrenta a nuevas situaciones y desafíos que requieren entre otras cosas, tener la capacidad de enfrentar y adaptarse a esos cambios y transiciones, es decir, lograr lo que John W. Berry se refiere en varios de sus estudios como adaptación transcultural, necesaria para iniciar una nueva vida en otro país, y que requiere enfrentar la incertidumbre y la ambigüedad cultural, además del desarrollo de nuevas habilidades y estrategias de adaptación.
Quien migra, con frecuencia no deja de extrañar aquello que dejó atrás, y si bien el espíritu luchador de nuestra gente hace que con esfuerzo triunfe en el exterior superando obstáculos y situaciones adversas, el desarraigo que implica la pérdida de lo familiar y la construcción de una nueva identidad y sentido de pertenencia en un entorno diferente, requiere de mucho coraje y resiliencia, por lo que es siempre una alegría cuando quien emigra triunfa, pero más, cuando regresa. (O)
@ceciliaugalde