El amor por los libros

Mauricio Pino Andrade

Irene Vallejo, con su El Infinito en un Junco, ha revitalizado, en el mundo de habla hispana, el amor por los libros. Retrata las peripecias, los actos de valor extremo, que algunas personas enfrentaron para atesorarlos, para cuidarlos del abandono o de la pira. Viajar a lejanas tierras, rastrear a oscuros propietarios, invertir ingentes cantidades de dinero, solo para tenerlos. Los libros ejercen un magnetismo en ciertas personas, incluso hoy en día, cuando están tan venidos a menos gracias a la ingenua idea de que otra tecnología puede reemplazarlos. Entre esas personas, que bien cabrían en el relato de Vallejo, estuvo Miguel Díaz Cueva, el mayor bibliófilo ecuatoriano, que ha fallecido, centenario, en la ciudad de Cuenca. El largo trabajo de formar una biblioteca privada podría parecer una excentricidad, pero es un acto de devoción por el libro como objeto cultural. Sin saberlo, los cuencanos y ecuatorianos contábamos con una persona que custodiaba el registro histórico de la sociedad entera. Meticuloso, escribió cuidadas bibliografías y trabajos históricos, compiló una fototeca excepcional, un archivo importante. Pero, sobre todo, fue amable y generoso. Así lo conocí, hace tantos años, caminando entre enormes estanterías, señalando libros raros y curiosos, ofreciéndolos a quien estuviese interesado en ellos. Este patrimonio histórico fue trabajado, durante una larga vida, por un ciudadano auténtico, movido solo por el amor a este objeto tan familiar y extraño que puede ser el libro. Mantenemos la esperanza de que este legado sea preservado, por alguna institución cuencana, para el beneficio de todos los ciudadanos. Lamentamos la partida de Miguel Díaz Cueva, decano de los bibliófilos ecuatorianos. (O)