Resulta aterrador, desquiciante, que muchos ecuatorianos, gente decente es de suponer, con un mínimo de orgullo, de amor propio, con al menos un cuarto de personalidad, se dejen comparar con las ovejas, esos cándidos animalitos de harta lana, ojos grandes, orejas pequeñas, si bien medio trompudos y de rabos hirsutos.
Para los perros pastores son fáciles de conducirlas al rebaño. No dan mayor resistencia al trasquilarlas. Sumisas se entregan al que las degüella. Basta con que una bale para que las otras les hagan coro, o sigan la marcha al son de las campanitas que les cuelgan en sus pescuezos.
Pero son lindas. ¡Para qué también! Son las primeras en ser colocadas en los pesebres. No hay relato bíblico más mágico como aquel que refiere a la oveja descarriada. El gran Jesús conmina a que la busquen y la traigan al rebaño. Claro, nunca nos dicen por qué dejó a la manada. A lo mejor, digo yo, porque se dejó tentar por un lobo vestido de oveja, o quiso irse de parranda.
Pero – ¡hombre! – esa es la naturaleza de las ovejas.
No sé a quién se le ocurrió comparar la naturaleza de esos churudos con aquellos humanos incapaces de disentir, de dejarse mangonear, alienar, de seguir a pie juntillas cuando alguien bala por do mayor, por re o por fa; de permitir que los conduzcan por los arrabales a pretexto de obediencia, de creer a pie juntillas en los mandamientos de un zeus, así, con minúscula.
¿Y saben qué? Ni siquiera se enojan cuando les dicen borregos y no ovejas. Ovejita, si hasta suena romántico. Borrego, en cambio, es groserote.
Basta ver cómo reaccionan los apodados como ovejas o como borregos, y más sin son cimarrones o merinos.
¡Bueno! Allá ellos.
Qué para pensar en ellos en un borrego a la barbosa, en un caldo de mocho, en un yaguarlocro. Han de causar indigestión, y no habrá suero que valga. Ni siquiera para hacer zamarros. Hilar su lana podría dar mal de ojos.
Pero ya lo ven. Para dar la contra, ahora les obligan a decir: sí somos borregos y qué; y hasta gritan beee, beee haciendo “hashtags” y troleando.
Qué genuflexión, y sólo para dar gusto al único dueño del rebaño y mastín a la vez.
Pero, ¿saben qué? Podemos estar cerca de una dictadura de borregos. Eso si que sería cosa seria pero vergonzante. Se sacarán la piel de oveja, los rabos de paja, y asomarán cuan verdaderos lobos son.
Así que, sensatos, uníos; no os disperséis. A poner cercos para que las pezuñas del rebaño no horaden la patria, no pues la “grande”, ni la “bolivariana”, sino la nuestra, la de todos. (O)